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Sí, nos han traicionado; pero... no sé quién habrá sido...

—Hay que buscar, registrar en la memoria...

Sacha, en las tinieblas, no lo vió; pero adivinó que el marinero se encogía de hombros. Permanecieron allí algunos instantes pensando en quién podría ser el traidor, y regresaron a la cabaña. Su propietario, uno de los muchos que llevan el apellido de Gnedij, hombre indiferente y solitario, se rascó el pecho y fijó una larga mirada en Sacha.

—Quieres decirme algo?—le preguntó éste.

—Quizá será mejor que yo me vaya—dijo.

Si viniera la policía...

—Tienes miedo?

—Pongamos que sí. ¿Qué? ¿Puedo irme?

Sacha y el marinero cambiaron una mirada significativa. Nos va a denunciar», decía aquella mirada. Pero esta idea no les preocupó mucho. «Bueno; que nos denuncie. Pase lo que pase, váyase si quiere. Quizá no nos denuncie, después de todo...» —Puedes irte. Déjanos pan y agua.

Y se fué, indiferente a la obscuridad, a la lluvia, a la muerte que moraba en su casa, a sí mismo quizá. Si le hubieran dicho que se quedara, se hubiese quedado con la misma indiferencia. Sacha, viéndole partir, pensó:

¡No; éste no nos denunciará!» Cuando quedaron solos, Sacha se echó en el banco y el marinero en el suelo; pero no pudieron dormir. El bosque, azotado por la lluvia, producía un ruido sordo y monótono; parecía acecharlos