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como un enemigo pérfido y malévolo. Kolesnikov respiraba trabajosamente. Se estaría muriendo quizá? No; decididamente no podían dormir. Creyeron oír disparos a lo lejos.

El marinero levantó la cabeza y escuchó:

—¿Qué es lo que pasa?—preguntó Sacha asustado.

—Me parece que oigo disparos de fusil.

Se pusieron los dos a escuchar, conteniendo la respiración. No; se habían equivocado; no se oía nada.

. —Puede usted dormir, Andrés Ivanovich—dijo Sacha. Yo estaré de guardia.

—No; yo seré quien haga la guardia.

Los dos se levantaron. Les parecía absurdo querer dormir. Tenían tanto miedo, que sus corazones palpitaban con fuerza. El marinero se vistió muy de prisa para hacer la guardia, y murmuró:

—¡Apague usted la luz!

Sacha se quedó echado sobre el banco, en las tinieblas llenas de misterios y de peligros. Hubiera preferido estar fuera, en el lugar del marinero. Allí en la cabaña se encontraba como en una jaula, solo con el moribundo. Los dos bancos se tocaban y sentía a su lado la cabeza pesada de Kolesnikov; la respiración jadeante y los gemidos del moribundo rompían solos el silencio de la habitación. Kolesnikov había perdido el conocimiento, y esto precisamente era lo que espantaba a Sacha; ¿qué visiones misteriosas pasaban por su cabeza inflamada?

El bosque seguía envolviéndolo todo en su rumor