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Sacha hubiera llorado, habría sabido encontrar el modo de calmar su pena infantil; pero Sacha sufría en silencio y ella nada podía hacer en absoluto.

Por otra parte, sentía una angustia terrible: veía en su hijo la fuerza y la voluntad de un hombre.

«Ni siquiera parecía emocionado al decirme esas cosas pensaba espantada; y recordaba los ojos enigmáticos de su hijo. Pero al acercarse al espejo para arreglar su tocado—como tienen costumbre de hacer todas las mujeres después de una emoción cualquiera, notó que también ella estaba completamente serena. Se estuvo mirando largo rato en el espejo, reflexionando sobre muchas cosas: sobre su marido, al que no había perdonado aún; sobre Sacha, que le causaba angustias constantes; sobre el porvenir, que le parecía lleno de amenazas y de peligros. Pensaba en las cosas más tristes y latía muy fuerte su corazón; pero su rostro permanecía sereno, como el agua profunda en medio de las tinieblas de la noche.

Se apartó del espejo y, pasándose la mano por los cabellos, se dijo: Todos nosotros somos así..lo llevamos en la sangre. ¡Qué le vamos a hacer!» Por un acuerdo tácito y secreto entre la madre y el hijo no volvieron a reanudar aquella conversación peligrosa y dolorosa. Pronto olvidó, Helena Petrovna las palabras frías y severas de su hijo.

Por entonces comenzó a soplar desde el extremo Oriente el viento de la derrota sobre los ejércitos rusos. Daba pena pensar en aquella guerra, para la que no había ni motivos claros ni la alegría de