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blo le abandonaba, dirigía sus pasos hacia otras comarcas y otros destinos, exigiendo nuevos sacrifcios y encendiendo nuevas luminarias en sus altares invisibles.

Yegulev no advertía que los encuentros y escaramuzas con los soldados y la policía se multiplicaban y que había ya razones de más para sospechar una traición. Fuera porque alguien los denunciara, o porque habían perdido la protección invisible de los campesinos de la región, es el caso que la situación de la banda iba siendo cada vez más comprometida. Poco a poco, sin darse cuenta, los Hermanos del bosque transformaron su táctica de agresiva en defensiva: huían ante los enemigos. Sin embargo, no querían comprender que aquello era el ocaso, y trataban de explicar sus frecuentes descalabros con razones de momento: la proximidad del otoño, los malos caminos, el refuerzo de los destacamentos enviados en su persecución, etc. Esperaban que todo aquello cambiaría pronto y que vivirían días mejores. Esta esperanza la fundaba también en el éxito de la banda de Soloviev, que seguía prosperando y engrandeciéndose con nuevos afiliados. ¡No comprendían que aquel árbol malsano, al que acudían de todas partes los negros cuervos hambrientos, había echado raíces en muy distinto terreno!

Los muertos son los únicos que no despiertan nunca. El que está enterrado en vida recobra a veces el conocimiento, aunque no sea mas que por un solo instante. Esto le ocurrió a Sa-