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Helena Petrovna iba de una acera a otra, sin apresurarse, y leía los anuncios en las ventanas.

Al fin pararon sus pesquisas en una casa de tres pisos situada en el centro de la ciudad, en una de las calles principales; la eligieron precisamente porque había allí siempre mucho ruido. Estaba situada la habitación en el primer piso; tres ventanas daban a la calle, y las otras a un patio.

El cuarto era un poco sombrío, aunque no había visillos ni cortinajes; las ventanas que daban a la calle eran las únicas que tenían visillos, para que los transeuntes no pudieran ver el interior. En una habitación había una gran chimenea de mármol gris, que más parecía un lavabo. En suma: el cuarto tenía pretensiones de lujo.

Los primeros días las dos mujeres estuvieron disponiendo los muebles; pero esta ocupación dejó pronto de interesarlas y olvidaron el arreglo de la casa; dos meses más tarde la casa conservaba el mismo aspecto que el primer día: en el vestíbulo, amontonados, cajas y baúles: ni siquiera se habían deshecho los portamantas; los vestidos pendían de los clavos dejados por los antiguos inquilinos.

Había una caja de madera en el comedor, donde la criada ponía la vajilla sucia durante la comida.

Helena Petrovna y Lina comían y tomaban el te en un extremo de la mesa, única parte de ella que estaba cubierta con mantel; el resto dijérase reservado para Sacha. El samovar y el servicio de te solían quedar sobre la mesa todo el día. La criada