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se había vuelto perezosa, y se pasaba horas enteras en la calle, tan animada y llena de ruido.

Nadie visitaba a Helena Petrovna. Al principio venían a verla algunas personas; pero como Helena Petrovna no recibía a nadie, pronto la dejaron en su soledad. Las dos mujeres vivían completamente aisladas del mundo, siempre vestidas de negro. Cuando terminaron las vacaciones escolares, a mediados de agosto, Lina no volvió al Liceo. Ni ella ni su madre hablaron de esto; pero un acuerdo tácito se estableció de que Lina no continuara sus estudios.

En el curso de aquel verano creció tanto Lina, que llegó a tener la misma estatura que su madre; se quedó tan delgada, que casi estaba desconocida.

La semejanza con su padre se desvaneció; los rasgos de su fisonomía se alteraron y tomaron gran parecido con los de Helena Petrovna. Su rostro no tenía ya la misma expresión de serena felicidad que, aun en los momentos de tristeza, conservaba antes siempre; sus ojos se agrandaron y se tornaron brillantes, obscuros y profundos, envueltos en la negrura de los sufrimientos, como signo de tristeza y de cavilaciones dolorosas. Los cabellos rubios que había heredado de su padre se obscurecieron y se hicieron casi negros; ya no se rizaba en bucles, sino que caían lacios y sin brillo.

De vez en cuando, si el tiempo era bueno, las dos mujeres salían a pasear en las horas tranquilas de la tarde; iban por los sitios que en otros tiempos Sacha prefería. Las dos de negro, Helena Petrovna