de los árboles. Son ellas las que empujan las tinieblas en la habitación. Las tinieblas están pegadas al lecho... y allá más lejos, la inmensa Rusia.
¡Ah, qué extraños son los sueños!
Helena Petrovna también sueña que el sueño de Sacha está conturbado; en la obscuridad, descalza, se dirige a la alcoba de su hijo. Ve con horror que el lecho está vacío y frío. Flaquean las piernas de la madre. Se sienta en la cama y llama suavemente:
—¡Sacha!
Y de lejos responde Sacha:
—¡Mamá!
Llama de nuevo:
—¡Ven aquí, Sacha!
Esta vez su llamamiento no obtiene respuesta.
Helena Petrovna se despierta, comprueba que todo ha sido un sueño, que se encuentra en su cama y que las ramas de los árboles, por la ventana débilmente iluminada, empujan las tineblas en la habitación. Presa de inquietud, se levanta y se dirige, esta vez realmente, a la alcoba de Sacha. Pero oye desde la puerta la respiración regular de su hijo y se vuelve a su cuarto. Ve por las ventanas de la casa las ramas de los árboles agitadas que empujan las tinieblas en el interior. «No—piensa—, nuestra casa está demasiado lejos del centro».
SACHKA YEGULEV.
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