de imperioso en él. Los ojos negros y profundos, como rodeados de cenizas, tenían una mirada severa hasta cuando leía el periódico. No era ya la misma expresión un poco cansada, inquieta, que su madre conocía tan bien. Le parecía a Helena Petrovna que no había visto a Sacha desde hacía mucho tiempo. ¡Tanto había cambiado su mirada!
¡Y qué bella y audaz era aquella mirada!
Estaba muy contenta de que su Sacha no tuviera aún bigote. Los mozalbetes con bigote le causaban siempre una impresión grotesca y desagradable, como, por ejemplo, aquel colegial, Kuzmichev, el compañero de Sacha, que era de muy corta estatura, pero que tenía unos bigotes como un sargento francés. Hubiera querido que Sacha no tuviera bigote nunca, nada más que un pequeño bozo sobre el labio superior.
43 «No hay que decirle que es hermosos, pensaba; y bajó los ojos apresuradamente.
Una pausa corta; luego Sacha hizo una pregunta fría y torva:
—Es aquel que nos visitaba?
Helena comprendió toda la significación de aquella pregunta y su corazón se oprimió. Pero su rostro se hizo aún más tranquilo y más severo, y sus sombríos ojos bizantinos miraron con aguda fuerza.
Se pasó la mano por sus lisos cabellos y respondió con brevedad:
—Sí, venía con frecuencia a ver a papá.
—Y esto os agradaba?
—El general le quería... ¿Quieres más te?