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No, gracias... Dime, mamá... ¿Crees que cono cías bien al general?

Sus labios conservaron una sonrisa irónica, cași alegre.

—Si nuestro general viviera ahora, seguiría siendo quizá general y también hubiera mandado ahorcar a alguien. ¿Qué dices a esto?....

Aquel día fué terriblemente largo y penoso. Por la noche, Helena Petrovna, envuelta en un salto de cama, fué a ver a Sacha; le despertó y le contó toda su vida con el general: su primera maternidad, el ultraje que su marido le había inferido, sus lágrimas y sus sufrimientos de mujer, por nadie compartidos. A las primeras palabras, Sacha se sentó en la cama y, después de escuchar así algunos instantes, le dijo con voz firme, pero cariñosa:

—Mamaíta, sal un minuto; voy a vestirme.

Helena Petrovna se acordaba muy bien de aquellos minutos que estuvo esperando detrás de la puerta. Oyó el crujido de la cama, el ruido de una bota que cayó al suelo y el del cubo de agua en el lavabo. Se notaba que Sacha se vestía muy de prisa.

Ella, mientras esperaba, estaba muy nerviosa y murmuraba, como si Sacha la pudiera oír: «¡Compréndeme, hijo mío, compréndeme!» Agitada, 80breexcitada, parecía, en la penumbra, un pájaro nocturno asustado.

Sacha la llamó en seguida.

—¡No, por favor!... ¡Apaga la luz!—suplicó ella, después de entrar en la alcoba.

Y cuando la luz estuvo apagada, se puso aún 1