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más nerviosa; lloraba, bebía agua y la derramaba sobre la meca. Sacha encendió de nuevo la luz.

Entonces, Helena Petrovna se calmó de pronto, arregló sus cabellos y se puso a contar, en buen orden, sin omitir el más pequeño detalle, todo lo que su hijo ignoraba. Y cuando Sacha, en medio del relato, que escuchaba con una atención profunda, se acercó a ella y pasó varias veces su mano cálida por los lisos cabellos, todavía negros, de su madre, ella hizo como que no comprendía aquella caricia prematura, apartó la mano de su hijo y, sonriendo, preguntó:

—Tengo los cabellos en desorden?

Y se puso a arreglarlos, aunque era completamente inútil. Terminado su relato, antes de llegar a la terrible confesión de que no había perdonado todavía a su marido, calló confusa y llena de miedo.

45 Sacha no dijo nada tampoco y reflexionó. El relato de su madre le había conmovido. La impresión había sido tanto más fuerte cuanto que ella, que siempre estaba vestida con mucho esmero, permanecía ante él envuelta en un sencillo salto de cama.

Se pasó la mano por la frente, como si quisiera poner en orden sus pensamientos, y dijo:

—Bien, mamá; lo hecho, hecho está... Te diré que estoy tan asombrado, que... Hace mucho tiempo que sospechaba algo de eso... Lo mejor es no decir nada a Lina por ahora... Algún día se lo dirás...