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Bien, Sacha... Pero, ¿que va a pasar con lo del padre?...

1 —El general? Pero puesto que el general está muerto...

—No le llames así.

—Es verdad. Bien; ¿eso es que no te atreves a decir que no has perdonado al padre... que no le puedes perdonar?

Ella hizo un signo afirmativo con la cabeza, sintiendo que las lágrimas la ahogaban.

—Le amo.

—Pero ¿no le puedes perdonar?

Dijo que no con la cabeza. Las lágrimas seguían subiendo y llenaban sus ojos. Pronto empezaron a correr por sus mejillas. La alcoba había quedado como llena de un humo opaco. Sacha, al hablar, parecía envuelto en una neblina. Sus palabras no llegaban hasta la consciencia de Helena Petrovna; por otra parte, no eran palabras lo que ella buscaba; no necesitaba conclusiones prácticas, ni soluciones; eran más grave para ella el timbre de la voz de su hijo, su mirada, su caricia. Y tratando de aparecer tranquila y firme, preguntó:

—¿Se te puede besar, Sacha mío?

Y en la espera ansiosa, cerró los ojos.

¿Qué pasó después? Pasaron cosas que no se pueden recordar sin llorar. Un rey que distribuye reinos, creyendo que no hace más que sonreír; un soberano omnipotente que, al besar, da la alegría inmortal: eso fué Sacha en aquel momento. ¡Ah, qué feliz era aquella madre! Hubiera estado pronta