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El te está frío ya. Es mi sino: o bebo el te demasiado caliente o demasiado frío.

—Deme usted su vaso, le traeré te caliente.

—No, no vale la pena. Lo beberé así... Pero ¡qué día tan hermoso! ¿Quiere usted que vayamos a ejercitarnos un poco en el tiro? He traído mi browning...

—También yo la tengo—dijo Sacha sacando del cajón un revólver niquelado muy limpio y cargado ya.

El revólver de Kolesnikov era negro. Ambos examinaron largo rato sus armas con interés. Kolesnikov lanzó un suspiro.

—Sí, vivimos en tiempos difíciles—dijo. Yo tenía una amiga... una joven... Tiraba muy bien con la browning, pero eso la perdió. Más le hubiera valido no emplearla jamás...

—La ahorcaron?

—No; la asesinaron los cosacos... Bien: vamos allá, Pogodin. Sí, camarada, yo no tengo ningún talento. ¿Creerá usted, quizá, por el timbre de mi voz, que sé cantar? En absoluto. En otro tiempo, un imbécil me dió lecciones, creyendo que había descubierto un tesoro en mi garganta... En el coro, todavía soy aceptable; pero en un coro hasta las ranas saben cantar.

. Salieron. Los barrancos, las pequeñas depresiones del terreno estaban llenos de agua. Les costó trabajo llegar hasta los cobertizos de ladrillo que habían elegido para el ejercicio de tiro. Sobre todo Kolesnikov era el que con más dificultades tropeza-