No digas tonterías... Ayer Eugenia Egmont me habló otra vez de ti.
Sacha enrojeció en la penumbra, y dijo con cólera:
—Te he rogado que no me hables de ella.
—Ya lo sé. Por eso decía: ¡Si fueras siempre así!
Pronto tendrás diez y nueve años.
—Esas son las palabras mismas de mamá.
—Admitamos que así sea. Mamá sabe lo que se dice.
—Pues bien, también yo lo sé. Mira, mira, no hablemos más de eso... No quisiera pelearme contigo esta noche.
Por aquel tiempo reñían con frecuencia y bastante seriamente. Ni ellos mismos sabían por qué.
La conversación recaía siempre sobre el carácter de Sacha. Lina le reprochaba que había cambiado, y que ya no era el mismo de antes. El comprendía claramente que no era él, sino Lina quien había cambiado y se apartaba del camino común. No hablaba mas que de cosas superficiales. Hacía un mes que había empezado a dibujar apasionadamente, después de un largo intervalo de inacción, y se lamentaba, llorando, de que su mano había perdido la habilidad y la agilidad.
Por otra parte, no era sólo con Lina con quien reñía: en el colegio, con los camaradas, pasaba lo mismo, y también sin ninguna razón plausible.
Nada había cambiado allí; pero algo, en las conversaciones con los camaradas, irritaba profundamente a Sacha. El día anterior, que era sábado,