que es un poco severa en lo concerniente a las nuevas amistades...
—¿Cómo sabrá eso?—se preguntó Sacha, frunciendo las cejas; y, un poco inquieto, condujo a Koleanikov al comedor.
Pero a las primeras palabras, después de saludar respetuosamente a Helena Petrovna, Kolesnikov se condujo tan sencilla y cordialmente como si fuera el mejor amigo de la familia desde hacía mucho tiempo. Sacha quedó sorprendido de la curiosidad con que lo examinaba todo; no sólo contemplaba detenidamente los cuadros, subiéndose en una silla para verlos mejor, sino que pidió que le enseñaran las otras habitaciones de la casa y visitó hasta la cocina y el cuarto de la criada. Verdad es que todos los que iban a aquella casa manifestaban la misma curiosidad. Sacha temía únicamente que Kolesnikov rematara su examen con cualquier frase desagradable o con un reproche; esto había ocurrido ya otras veces. Todos sintieron un gran consuelo cuando Kolesnikov, de regreso al comedor, se bebió el te, ya frío, y dijo con tono firme:
—¡Esto está muy bien! ¡Es admirable! ¡Bravo, Helena Petrovna!... Y esto, ¿qué es? ¿Un armario para guardar los libros? ¡Y yo, que me extrañaba de que no hubiera libros en su cuarto! Es que están ahi. Vamos a ver lo que hay.
Y, con una vela en la mano, se puso a examinar los libros, mientras Helena Petrovna y Lina cambiaban una sonrisa.