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CÁMARA DE SENADORES

de mas movilidad para trasladarla al punto donde convenga sin notable perjuicio del soldado ni de la poblacion.

Es preciso no dejarnos llevar por solo el aspecto funesto con que se nos presenta un objeto. La milicia puede ser un azote a los pueblos, si se divide i pierde los respetos a la subordinacion; los ciudadanos armados, dicen, en un pueblo libre donde el uso de la imprenta, de la palabra, de las elecciones, exalta las pasiones, es fácil que se destruyan, haciendo uso de las armas que la lei puso en sus manos con el esclusivo objeto de servir a la Patria cuando los llame para su defensa.

Esta clase de argumento puede hacerse a toda otra fuerza; i así sería preciso renunciar las ventajas de nuestro sistema gubernativo, si produce por consecuencia necesaria la revolucion de la fuerza armada; pues que, debiéndose destruir para conservar el órden, caeríamos en el otro estremo, aun peor, de quedar a la merced de cualquier enemigo. Es necesario ver este objeto por el reverso, porque entónces se observaría la necesidad de estar siempre en guardia para conservar una soberanía que ha costado tan cara; no ha sido a ménos precio que el de la ruina de mil fortunas, de divisiones de familias, de persecuciones, de sangre, de destierros i de cadalsos. ¿I por un temor imprudente e irreflexivo lo abandonaremos todo, i viviremos confiados en un Ejército que, como se ha demostrado, es poco mas del que se necesita para llenar los puestos de guardia?

El Gobierno tiene sumo cuidado de que la fuerza cívica sea mandada por jefes, cuyo carácter, honradez i fortuna presten una garantía al órden. El mismo cuidado tiene en la eleccion de los oficiales destinados a la instruccion i a la clase de ayudantes, i si se les advirtiese la mas lijera falta en la honorífica comision que se ha puesto en sus manos, serían al momento separados i correjidos sin ninguna consideracion.

Atendido, pues, el carácter chileno i el de los jefes i oficiales de los batallones cívicos, no es posible esperar que éstos quieran jamas cargar con la tremenda maldicion de sus conciudadanos, i con la infame nota de aspirantes i pertubadores de la tranquilidad de que gozamos, i que está produciendo tan ópimos frutos. Hombres ilustrados i de sana razon, cuales son los que mandan estos cuerpos, conocen bien cuales son los goces del Jefe Supremo de la República i su fugaz duracion para esponer su crédito, sus intereses i su existencia misma por un triunfo tan pasajero. Descansa, pues, sobre bases sólidas i prudentes la confianza que el Gobierno pone en la milicia nacional para la defensa de la República.

Que la milicia no está en un pié brillante es la otra objecion; pero, a la verdad, mui despreciable, porque léjos de probar que no debe haberla, nos enseña que debemos poner todos los senadores medios posibles para hacerla llegar a aquel estado.

Superando a todo cálculo, las guardias cívicas de esta capital, las de Valparaiso i otros puntos, ofrecen una prueba irrefragable de que la buena eleccion de los jefes puede hacer que esta fuerza sea bien arreglada i útil. No hai mas que observar la instruccion i disciplina de estos cuerpos para convenceros que Chile uniformará con el tiempo toda su milicia cívica, i que ella será tanto mas útil, cuanto ménos prisa nos demos en verla llegar a un estado de brillantez, porque para esto sería preciso acumular en un dia todos los elementos i elejir sin discernimiento hombres de cualquier calidad, lo que formaría una masa informe i peligrosa.

La milicia hace gastos que deberían emplearse en objetos de mayor utilidad, es otro argumento. El Gobierno ignora que hasta ahora se presente otro preferente al de la propia conservacion; sin esta garantía serían inútiles todos los esfuerzos de un Gobierno para desarrollar los elementos de la industria humana.

No hai hombre, por mas emprendedor que se le suponga, que quiera arriesgar su fortuna en un pais que 110 tiene al ménos regularmente afianzada su existencia política. Las potencias comerciales deben estar instruidas de las bases sólidas sobre que descansa con seguridad la existencia de un pueblo, para que sobre ellas entablen sus empresas; i éstas se multiplicarán cuando todos se penetren de que este pais ha cimentado su Independencia de un modo sólido e indestructible. Será un motivo para esta persuacion cuando se vea que la República, a costa de pequeños gastos, tiene organizada una milicia de mas de treinta mil hombres con jefes escojidos, de fortuna i prestijio i de una honradez a toda prueba, que ella se arma i sostiene con cincuenta mil pesos anuales, que se han designado con este objeto i particularmente cuando se sepa que esta milicia es una masa arrreglada por las ordenanzas jenerales del Ejército, que, al crearla, el Gobierno no se ha dejado alucinar por aquellas teorías que han causado tantos males en otros paises que han establecido reglamentos especiales, relajando la disciplina militar.

Con una milicia de esta naturaleza, el Gobierno está persuadido que jamas se arrepentirá de darle toda la estension i mejora de que la crea susceptible. Cuenta con sus jefes i con la oficialidad, porque todos son de su nombramiento, i porque para espedirles sus despachos, no cuida tanto de la adhesion personal, como de las garantías que ofrecen al público. Es verdad que en esta milicia se invierten algunas sumas, pero por lo mismo son mas útiles i mejor regladas; i es preciso tener mui presente que no se ocurre otro medio de seguridad mas económico, sin tocar con inconvenientes, que harían inútil esta misma fuerza; su instrucción, su vigor, su disciplina, el grande empeño de sus jefes, todo decaería en el