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SESION DE 20 DE DICIEMBRE DE 1837

de las partes se encuentre vejada, pues, de lo contrario, no perderá ocasion de romperla aquella que haya sufrido mengua.


Concluiremos que el tratado, mirado sin el prisma de pasion i de partido, nos abre un campo franco para estrechar nuestros lazos. Recibiendo esplicaciones, quedan destruidos todos los agravios que habían interrumpido la armonía que reinaba i que abre un rico porvenir a dos naciones hermanas, a quiénes a mas unen i ligan los mismos intereses.




El supuesto Cura Monardes se muestra ahora, en su segundo número, el mas encarnizado instigador de la guerra; ¿qué interes le mueve? ¿con qué apoyo cuenta? ¿qué plan se propone? Dejaremos al Jeneral Blanco usar de sus medios de defensa. No queremos debilitar sus armas con nuestra débil pluma, i nos limitaremos a decir que la falta que el pueblo chileno echará en cara a este Jeneral, no será nunca los tratados de Paucarpata, sino el haber sido uno de los promovedores de la guerra con el Perú.


Por entre las bellas flores de nuestro Cura, solo descubrimos un interes mui ajeno del de Chile; i no contento con la poca o mucha parte que haya tenido en los males que ahora deplora una nacion benéfica i hospitalaria, pretende instalarse en otro Pedro el ermitaño para una nueva cruzada: ¿qué desea? ¿es acaso que lo hagan Rei de Jerusalem? ya probada nula la opinion de un candidato, ¿quiere el Cura que le vamos a conquistar un trono? Lo damos por hecho. ¿I quién nos asegura que apesar de la tonsura valdrá su reverencia mejor que Santa Cruz?


Para emprender una nueva guerra es indispensable que contemos con un apoyo en la opinion del Perú, por un nuevo réjimen de cosas; i cuando decimos opinion, hablamos de una mayoría bien conocida, pues es claro que, para tomar otro desengaño, mejor es quedarse en casa; ahora pues, caso que nos asegure el beato Cura que todo el Perú clama por él i sus adictos ¿qué garantías nos da de que no seremos engañados? Su persona es mui chica i no vale un pueblo de chilenos.


El objeto que se propone el santo Cura, queremos concederle que sea mui loable i desinteresado, pues, como para todos sobran razones, ¿qué mucho es que, en su sabiduría, encuentre las suficientes para vindicarse de todos los cargos que la esperiencia, la naturaleza de las cosas i aun el conocimiento de su persona hacen tan verosímiles? Pero, con esto no habrá probado nada, pues, ante todas cosas, es preciso ver qué utilidad encuentra Chile en una guerra que debe pesar sobre nosotros; ¿no es verdad, señor Cura, que el objeto mas sagrado (salvo el interes propio de su reverencia) es vengar los héroes de Socaballa? Sin ir tan léjos, mi Cura, aquí tiene usted víctimas que presentar en holocausto a los manes de sus protejidos, escoja usted entre el patilludo, el tuerto, el cojo o el cuatro ojos, i si no los encuentra dignos, ¿no le queda todavía libre la eleccion? Usted promete ocuparse en su próximo número de nosotros, le suplicamos no se tome ese trabajo, pues un chapuis nos dejó tan aburridos en otro tiempo, que no queremos echarnos a cuestas otro.


Santiago, Diciembre 30 de 1837.




Núm. 507[1]

Contento con emitir mi opinion en el círculo oscuro de mis amigos, jamas me he creido capaz de escribir e ilustrar al público i yo hubiera guardado un profundo silencio en las cuestiones que en el dia se ventilan con tanto calor; pero un deber sagrado triunfa de mi repugnancia, de los estímulos de mi amor propio i me impele a tomar la defensa del Jeneral Blanco, sin que me arredren la imperfeccion de mi estilo ni el fallo de la autoridad.


La rectitud de mi intencion suplirá la belleza del discurso, me disculpará a los ojos de mis compatriotas, i yo aprecio mas la integridad de carácter que la reputacion de escritor. El celo por la justicia i el decoro nacional se resienten de los insultos que han vertido contra la persona del Jeneral Blanco, el orgullo ofendido, la envidia i la insensatez.


Quieren hacer cómplice a toda la República de este torrente de personalidades e injurias, i ella no tolera esta imputacion que contempla como una trama que la perfidia ha inventado para oscurecer el mérito i los servicios que ha prestado a la causa de la Independencia este distinguido militar.


La Patria no es ingrata, no tiene los sentimientos rastreros de los que se asilan a su sombra para dirijir invectivas, encarnizarse contra las virtudes i vomitar sarcasmos i dicterios. Mira como hijos corrompidos i espurios a los que pretenden granjearse su estimacion con sujestiones insidiosas, una lisonja baja i un celo hipócrita i fementido por intereses. Ella tiene mas nobleza i candor; observa a sus hijos, examina sus acciones i posee toda la perspicacia para discernir los accidentes imprevistos de la neglijencia i la maldad, i en todo prudente i juiciosa no procura alijerar el peso de su conciencia atribuyendo a otros sus propias faltas.


Un grito casi jeneral se espresó contra los tratados de Paucarpata, inmediatamente que llegaron. Se consideró envilecidas nuestras armas, perdida la fama de nuestro valor i altamente ultrajado el honor nacional.


Aparecieron los tratados como un baldon que

  1. Este documento ha sido trascrito de una hoja suelta e impresa, El Eco de la Verdad, que corre en el volúmen titulado: Varios periódicos desde 1838 hasta 1841, perteneciente a la Biblioteca Nacional. —(Nota del Recopilador.)