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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXVII (1840-1841).djvu/145

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SESION DE 10 DE AGOSTO DE 1840

Norte, los que arrebatados del celo, sostenidos por el entusiasmo i fortalecidos por aquella heróica i ejemplar virtud, que solo el instituto de San Ignacio supo inspirar a sus súbditos, habían merecido ya mucho ántes el título glorioso de verdaderos apóstoles del cristianismo en Sud-América. Demuéstralo el crecido número de misioneros de esta órden que hai en aquella República; i las cartas remitidas al redactor de los anales de la propagacion de la fé por los padres jesuitas Verhaegen i Smet, dan las noticias mas interesantes de los progresos que, a mediados de 1838, hacían aquellas misiones en el Missouri, bajo la proteccion del Gobierno jeneral, que interesado, como sus predecesores, en promover por medio de la relijion el culto de la libertad, dispensó a dichos padres cuantas concesiones solicitaron para emprender sus trabajos evanjélicos, los cuales continúan en los desiertos de Pottowatomia donde han producido un fruto inmenso a la relijion i a la humanidad en la conversion de aquellos bárbaros.

Ahora, señores, si la América del Norte es el pueblo que ha conocido i fundado el Gobierno mas liberal, mas democrático i mas conforme al destino político del Nuevo Mundo, será preciso convenir en que nosotros, ménos civilizados, hundidos en los desiertos que pueblan los salvajes mas feroces de la América; demasiado débiles para sujetarlos por medio de la fuerza; sin otra garantía para preservarnos de la invasion por el estranjero, que amenaza a toda aquella parte de la República, (hablo de la comprendida entre las márjenes del Bio-Bio i el Cabo de Hornos) debíamos haber empleado la relijion con mas esmero que nuestros hermanos del Norte, ya fuese para integrar i pacificar nuestro territorio, ya para asegurar su independencia, o ya, en fin, para formar el pueblo a las instituciones democráticas que tan identificadas están con el cristianismo.

Pero, por esa especie de fatalidad que tanto ha desgraciado la suerte política de todas las secciones de la América ántes españolas, nosotros, ciegos, pobres, inmorales i cercados por todas partes de peligros, creemos haber alcanzado con una victoria todos los beneficios de la ilustracion, de la riqueza i sólidas virtudes de las masas; nuestra vida es un sueño solo interrumpido por el furor de nuestras pasiones encerradas en el estrecho círculo de lo presente, i nuestras esperanzas, otra ilusion de nuestra propia vanidad. Entre tanto, la anarquía, la incertidumbre i la flaqueza se presentan como síntomas seguros de la muerte de nuestras instituciones, a desmentir las promesas de los interesados en sostener i perpetuar la farsa ridícula que representamos.

La verdad es que mas de la mitad del territorio de la República está enteramente ocupada por los salvajes; que para contenerlos empleamos anualmente mas de la tercera parte de nuestras rentas; i sin embargo, atendido el número, el carácter feroz i belicoso, la disciplina, la superioridad militar, que bajo de algunos respectos han adquirido, i la constante inclinacion a hostilizarnos, que profesan jeneralmente todos ellos, puede afirmarse que las provincias de la frontera del Sur no están seguras, ni mui léjos quizas de esperimentar una invasion desastrosa i de fatales consecuencias para el resto de la República. Si se introdujesen por aquella parte misiones estranjeras, como lo ha hecho la Francia en varias islas del Pacífico, que preparasen a los indíjenas para recibir colonias, nada haría mas peligrosa para nosotros la vecindad de tales establecimientos, que vendrían a ser la base de operaciones de la guerra, que los bárbaros, unidos al estranjero, mejor disciplinados, mejor dirijidos i auxiliados por nuestras mismas diferencias, harían entónces contra los pueblos de la frontera.

Sabemos que dos escuadras inglesas se han empleado estos últimos años en reconocer el Estrecho de Magallanes i parte de las costas de Chile; que en el Archipiélago de los Tres Montes han cambiado el nombre a varias islas, entre ellas a la de la Madre de Dios, que está pegada al continente i han empezado a llamarla del Duque de Wellington. Se dice ya que establecida la navegacion por vapor, debe poblarse una i otra parte del Estrecho, quedando de esta manera perdida para nosotros la isla del Fuego i la parte mas meridional del continente. Los resultados, cualquiera puede preverlos. ¿Qué remedio? se me preguntará. Los americanos del Norte nos lo enseñan, haciendo predicar la relijion en los desiertos, para que los pueblos que se educan sean tan libres como sus antepasados. ¡Pero es obra larga! replicarán algunos. Nó, señores; en mui poco tiempo, sin mas trabajo que el de introducir un cuadro de misioneros en Tucapel de la costa, me asegura el naturalista Mr. Gay, podríamos posesionarnos inmediatamente de la tierra aun habitada por los indios bravos de la provincia de Valdivia i de todos los valles de Arauco, que son el núcleo de todas aquellas reducciones. Ellos mismos lo están pidiendo, i son tales los deseos que han manifestado al señor Gay, que habiéndoles dicho este caballero, no ser otro el objeto de sus viajes que cumplir con la órden que había recibido del Gobierno para preparar el establecimiento de las misiones, le dejaron penetrar mui al interior, acompañándole muchos caciques hasta el lugar que ya tenian designado para este objeto. Hágase, i veremos seguramente repetirse el ejemplo de coraje i patriotismo que los pobres insulares de Chiloé dieron a mediados del siglo pasado a los holandeses.

Mas, no se crea (me ha repetido muchas veces el señor Gay) que estos hombres se dejen fácilmente reducir por eclesiásticos que no sean eminentemente virtuosos, sagaces, intrépidos, ejem-