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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXXVII (1845).djvu/436

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CÁMARA DE SENADORES

sólo una verdad inconcusa, sino ademas una de esas verdades que Fontenelle mismo en nuestros tiempos habria abierto la mano para soltarla. La libertad i el órden están interesados igualmente en que así sea la libertad, en cuanto a esa independencia no es propiamente mas que un reflejo, de la soberanía de la nación, i el órden tambien, porque estorbando esa independencia, el despotismo, es por rebote al mismo tiempo la salvaguardia mas poderosa de la libertad. Pero, ¿esta independencia exije que el partido que triunfe sea el de la oposicion como parece pretenderlo la Gaceta? Nó, sin duda: esta no seria independencia, sino guerra civil, i he aquí contra lo que nos levantamos. Si es cierto que las Cámaras no deben ser hechuras del Gobierno en la acepcion jenuina de la palabra, lo es mucho mas que tampoco deben serlo de una oposicion hostil.

¿Qué resulta de aquí?

Que esas Cámaras son la espresion neta de la mayoría, prescindiendo por un momento de la imperfeccion de los medios empleados en toda América para comprobar la existencia de tales mayorías.

Hechura pues el Congreso de la mayoría reinante como lo es el Ejecutivo que aquél encuentra en pié a su aparicion, es natural que haya armonía, fraternidad, paz entre ámbos poderes, sin que esta buena intelijencia importe la independencia. Piensan lo mismo i obran en consecuencia de consuno: hijos fuera de esto, de un mismo credo político, de la soberanía popular, no tienen entre sí, ni pueden tener rivalidades de casta de marcha o fines como las que han ajitado ciertas asambleas de Francia, Inglaterra, etc., a que aluden nuestros antagonistas. No cabe razonablemente otra oposicion, otra independencia en estos casos sino la de un debate franco, de una deliberacion en que se oiga todos i en que todos no llegan a diferir por lo ordinario mas que en la forma, en los accidentes de las cuestiones, i no en estas mismas porque manifestaciones iguales de la mayoría uno i otro poder no quieren sino lo mismo, esto es la República.

El pueblo, el Congreso, el Ejecutivo todos son republicanos.

El acuerdo fundamental, por consiguiente, que se puede observar en las Repúblicas entre todas estas entidades, no es de ningun modo comparable con la paz que imprime el absolutismo al cuerpo social desde sus estremidades al centro: el uno está en la naturaleza de las cosas, miéntras la otra no reconoce mas motivo que la voz imponente de los mandones.

Véase aquí cómo es que las Cámaras pueden andar de acuerdo con la administracion i no ser por eso ménos independiente, hasta hacer oposicion al Ministerio en caso de que no variara el rumbo de la política triunfante a que debió su ascenso.

Toda la dificultad está en conocer la variacion de este rumbo, cosa que no se dicierne ciertamente por dos o tres escritores que nunca faltan, que no hacen mas que declamar, ni tampoco por la ajitacion natural de una minoría impotente, de que ellos son el órgano.

El medio lejítimo de mostrarse esta direccion nueva de las ideas, seria la prensa jeneral, las sociedades políticas, i mas que todo, las asambleas representativas.

Interróguese, pues, todo esto, si es que anima a nuestros contendores un espíritu imparcial de patriotismo i no de partido, interróguese decimos, i no se hallarán por mas que se revuelvan las cosas, sino soluciones favorables a la legalidad i sabiduría del Gobierno que nos preside. La prensa no revela en primer lugar, sea que miremos sólo el interes de sus columnas, sea que la pesemos matemáticamente por cifras, de qué parte esta el predominio de las luces i las simpatías de las jentes ilustradas.

Este mismo exceso de mérito a favor del Gobierno se encuentra en las sociedades políticas, que a la voz amenazante del desórden se han le vantado como por inspiracion para asegurar con presencia al Gobierno de la opinion que gozaba su prudente política, si es que habia vacilado un instante en ella; i lo mismo es de aplicarse con mas exactitud todavía a ese Congreso de 1843 cuya historia sencilla i rica de lecciones acaba de hacer El Orden en dos de sus últimos números.

Nos parece oir ya objetar a lo que dejamos dicho, el argumento favorito de los disidentes de todos los países, ¡la clientela del Gobierno, los adictos i amigos! Esto es mui cierto, pero por desgracia es tan cierto que si quisiéramos libertarnos de su influencia, no sabemos si seria preciso abjurar de la virtud i de todo en este mundo.

La virtud como el vicio, la lei como el crimen, necesitan de clientela, de amigos i de adictos para sostenerse. La misma soberanía de la nación ¿qué otra cosa es sino una clientela numerosa, un cuerpo de amigos i de adictos, una coleccion de voluntades que impera en el Estado por la fuerza de sus mayorías?

El que un Gobierno, pues, tenga clientela, amigos i adictos en vez de ser un título de deshonor, es por el contrario una de tantas pruebas palpables que sirven para mostrar la popularidad de que disfruta. Si estos amigos son movidos en sus manifestaciones por viles intereses i no por los altos de la sociedad, este reproche es a la sociedad, a las costumbres públicas, a la educación nacional, i no al Gobierno. No debe olvidarse tampoco en este negocio la naturaleza de la especie humana.

Cerca de dos mil años de la moral pura predicada por Jesucristo no han bastado, ni otros dos mil mas bastarán, probablemente, para desterrar la corrupcion del mundo; i es preciso