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32 MADAMA DE SEVIGNÉ

jar vuestra buena conducta y en encontrar que es preciso tener mucha bondad para pensar en vos? Aunque seguramente vos no penséis todo esto, yo estoy molesta de ello, me incomo- dáis; y aunque yo no debiese responder á cosas que decís bromeando, no puedo contenerme sin reñiros, antes de deciros cualquier otra cosa. Sois buena aun cuando decis que vos tencis miedo á los grandes ingenios. ¡Ah! si supieseis qué pe- queños son de cerca y cuán impedidos están algunas veces con su misma persona, los pondrías bien pronto á la altura de los que merecen apoyo. ¿Os acordáis cuántas veces Os exce- díais en lo que pensabais? Pues tened cuidado que la distancia no os agrande los objetos, cosa demasiado frecuente. Nosotros cenamos todas las noches con Mad. de Scarron; tiene el espíritu amable y maravillosamente recto; es un placer Oirla razonar sobe las agitaciones de cierto país que conoce muy bien, Los disesperados que hacía esta d'Hendicout en el tiempo en que su plaza parecía tan milagrosa; las rabias con- tinuas de Lauzun, los tristes enojos de las damas de Saint- Germain y acaso de la más envidiada (Mad. de Monlespan), no son sino ejemplos de esto : es uña cosa curiosa oir hablar de estos asuntos. Estos discursos nos llevan algunas veces de mo- ralidad en moralidad, tan pronto cristiana y tan pronto poli- tica, Hablamos muy á menudo de vos; ella ama vuestro inge- nio y vuestras maneras; y cuando os encontréis aquí Lo tendréis nada que temer por no estar á la moda. Pero escu- chad la bondad del Rey y pensad en el placer de servir á un amo tan generoso. Ha hecho llamar al mariscal de Bellefons á su gabinete y le ha dicho : « Señor mariscal, quiero saber por qué me queréis dejar : ¿es devoción? ¿es necesidad de veliraros? ¿es que estáis agoviado de deudas? Si es esto últi- mo, voy á dar órdenes para entrar en el detalle de vuestros negocios. » El mariscal sensiblemente conmovido de esta bon- dad, le dijo : « Son mis deudas, estoy hundido, no puedo ver sufrir algunos de mis amigos que me han ayudado y que yo no puedo salisfacer. » — «Está bien, dijo el Rey; es preciso asegurar su deuda, yo os doy cien mil francos sobre vuestra