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95 MADAMA DE SEVIGNÉ

su inmensidad; pero vuestras adulaciones me dan esta ton- fianza. Os conjuro que 3s conservéis en este venturoso estado y no pascis de un extremo á otro. De buena fe, tomaos tiempo para restableceros y uo tentéis 4 Dios con vuestros diálogos y con vuestra vecindad.

A LA MISMA París, viernes, 5 febrero de 1672.

Hace hoy mil años que he nacido (1).

Estoy encantada, hija mía, de que os gusten mis cartas; no ereo, sin embargo, que sean tan agradables como vos me decís. Os envío cuatro resmas de papel, ya sabéis con qué condición. Espero recibir la mayor parte desde aquí á Pascuas; después de esto aspiraré á otros placeres. Me han asegurado esla ma- ñana que el caballero iba mejor : yo espero en su juventud y ruego á Dios de todo corazón que nos lo conserve. La prin- cesa de Conty murió algunas horas después que yo hube ce- rrado mi paquete; es decir, ayer á las cuatro de la mañana sin conocimiento ninguno y sin haber dicho una sola palabra con sentido : algunas veces llamaba á Cecilia, una de sus don= cellas, y decía. « ¡Dios mio! » Se creía que su espíritu iba á despertar; pero no decía más. Expiró dando un gran grito y en medio de una convulsión que la hizo imprimir sus dedos en el brazo de una mujer que la sujetaba. La desolación de su cámara no se puede representar; el duque, los principes de Conti, Mad. de Longueville, Mad. de Ganaches lloraban de todo corazón. Mad. de Gesvres había tomado el partido de desmayars3e; Mad. de Brissac, el de dar grandes gritos y que- rer arrojarse á la plaza; fué preciso echarlas, porque no deja- ban entenderse á nadie. Estos dos personajes no han conse-


(8) Mad. de Sevigné tenía entonces cuarenta y seis años.