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CARTAS ESCOGIDAS 159

Á LA MISMA

No he visto jamás cartas tan amables como las vuestras, mi muy querida condesa. Acabo de leer una de ellas que me encanta. Yo os he oído decir que tenía yo una manera de des- figurar las menores cosas; verdaderamente, hija mía, sois vos quien la tenéis. Hay cinco ó scis párrafos en vuestra última carta que son de un brillo y de un encanto que abren el co- razón. No sé por donde empezar á responderos.

Tengo deseos de hablaros de vuestro hermoso sol y de vues- tros bonitos paseos; tenéis razón al decir que me he vuelto á casar en Provenza : yo haría de él uno de mis paises con tal que vos no borrarais este de uno de los vueslros. Me decís mil dulzuras con motivo del principio de año; nada puede agra- darme más : vos sois para mí todo y yo no me aplico más que á conseguir que todo el mundo no vea siempre hasta qué punto esto es verdad. He pasado el principio de este ario bas- tante brutalmente; no os he dicho más que una pobre palabra; pero creed, hija mía, que este año y todos los que me quedan de vida son vuestros; esto es un tejido, una vida toda entera consagrada á vos hasta el último suspiro. Vuestras moralidades son admirables : es verdad que el tiempo pasa por todas parles y pasa pronto : griláis en pos de él porque os lleva siempre alguna cosa de vuestra bella juventud; pero os resta aún mu- cho de ella. En cuanto á mí, yo le veo correr con horror y traerme al pasar la terrible vejez, las incomodidades, y en fin, la muerte (1).

Yed de qué color son las reflexiones de una persona de mi edad; rogad á Dios, hija mía, que me haga sacar de ella la conclusión que el cristianismo nos enseña. Veo á menudo Cor- binelli, es vuestro adorador y comprende fácilmente los senti- mientos que tengo por vos : yo le quiero por eso todavía más. Estimo mucho á Barbantane; es uno de los hombres más bra- bos del mundo, de un valor romántico del cual he oído hablar

(1) Mad. de Sévigné tenía entonces 48 años