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394 MADAMA DE SEVIGNÉ

preaux defendió á los antiguos, á excepción de un solo mo- derno, que aventajaba según su opinión, á los modernos y á los antiguos. El compañero de Bourdaloue, que se las echaba de entendido y que se había unido á Despreaux y á Corbinelli. le preguntó qué libro era este tan distinguido en su opinión. Despreaux no quiso nombrarle. Corbinelli le dijo : « Caba- lero, os conjuro á que me lo digáis, á fin de que yo le lea en esta noche. » Despreaux, le respondió riendo : ¿Ah, caballe- ro! Vos le habéis leido más de una vez, estoy seguro de ello. El jesuita pregunta de nuevo, con un aire desdeñoso : Un cotal riso amaro, y obliga á Despreaux á nombrar este autor tan maravilloso. Despreaux le dice : Padre, no me obliguéis; el padre continúa. En fin, Despreaux le coge porel brazo y apretándole fuerte, le dice : « Padre mío, vos lo queréis : y bien, ¡ vive Dios! es Pascal. » ¡ Pascal | — dijo el Padre tado rojo y admirado Pascal es hermoso todo lo que lo falso puede serlo. — Lo falso, replicó Despreaux, lo falso; sabed que es tan verdadero como inimitable; se acaba de traducirle en tres lenguas : El Padre respondió : « No es por eso más verdadero. » Despreaux se acalora y grita como un loco : « Qué, padre mío, diréis que uno de los vuestros no ha hecho imprimir en uno de sus libros, que un cristiano no está obligado á amar á Dios ? (1). ¿Osaréis decir que esto es falso? Caballero — dijo el padre furioso — es preciso distin- guir. Distinguir — dijo Despreaux — distinguir si estamos obligados á amar á Dios. Y tomando á Corbinelli por el brazo, huyó con él al extremo de la habitación, después volviendo y corriendo como un loco no quiso jamás aproximarse al Padre, y fuéá reunirse con la compañía, que había quedado en el comedor. Aquí acaba la hisloria y el telón cae. Corbinelli me promete el resto en una conversación, pero yo, que estoy per-

11) Esta es una de las famosas disputas que Despreaux decia haber sostenido en más de un sitio, acerca del amor de Dics y acaso la que hizo nacer en él la epístola al abato Renaudot, que no escri-

bió hasta 1695. (Véase la epistola 12 de Despreaux y la décima carta provincial.