reaparece, tras largo intervalo de silencio, figurando como miembro del Comité Directivo. Es recien que se diseñan los contornos, vagos al principio, del hombre de lucha; y un testigo presencial nos refiere cuan desgraciado fué como orador al proclamar futuro Presidente de la República al que en Octubre próximo dejará el baston de mando.
Aquello no fué un discurso, dice el testigo de que hablamos; aquello hizo el efecto de una oración fúnebre, porque trajo á colación palabras que importaban nada menos que la muerte prematura de la misma candidatura que se proclamaba. Señores, exclamó, yo no sé si tengo velas en éste entierro; y los murmullos, movimientos de disgusto y algunos silbidos cubrieren como un manto de plomo al novel orador.
Lo demás del discurso, sino era una brillante esposición de principios, al menos se dejaba escuchar como una pieza de cierto mérito literario, salpicada con citas mitológicas y algo de la revolución francesa, que no hay sermón sin San Agustín en punto á peroraciones juveniles. Todos hemos pecado á este respecto, y el que se crea sin culpa que arroje la primera piedra.
Lo detestable del discurso estaba en la