y vida del discurso cuyo organismo visible es la forma externa?
Una sola palabra desluce, á veces, todo un discurso como el mamarracho de cualquier pintor de marcos de ventanas puede echar á perder la majestad de un palacio.
O como el ricacho guarango que deja a la miseria un tapiz riquísimo, cuadrándolo con cielo raso de lona, ó con un alfombrado imposible.
Leida ó escuchada, la frase del orador arrobará el ánimo con el deleite que toda belleza inspira.
Los pensamientos parecerán de mayor estatura bajo el vistoso ropaje oratorio, como esas mujeres cuya elegancia sufre las oscilaciones del tocado que ostentan.
Pero disloquemos la frase, cortemos el hilo de tan espléndido collar, y quedará en el hueco de la mano un puñado de vocablos vulgares... Pierraille! pas de brillants!
Un distinguido y cáustico escritor, refiriéndose á las conferencias históricas de Estrada, dijo en cierta ocasión:
— Las palabras son mas grandes que los