agravante, que para preparar su candidatura ha sido necesario resucitar escenas de sangre que comenzaron con el bárbaro sacrificio de José Arrizola y terminaron con una larga lista de hachos igualmente criminales.
Para ninguno de todos estos crímenes que la República conoce, Rojas ha tenido siquiera una palabra de condenación. Ha visto impasible la ruina de Santiago, ha consentido la perpetración de delitos punibles, ha aplaudido y aun aconsejado asaltos á mano armada con una impudencia que nunca le será perdonada.
Director de una situación política, á su sombra todas las instituciones han recibido el último golpe de muerte.
Ni la justicia ha salvado de las garras del oficialismo imperante.
Nada lo ha arredrado y nada lo arredrará, mientras solo esté sujeto al castigo moral, única arma legal que los pueblos esgrimen contra los que abusan en la vida pública de estos países, en donde los funcionarios son en el hecho, aunque no ante el derecho, irresponsables.
Si Rojas creyera que detrás de una de sus malas acciones hay una mano lista para ahogarlo, retrocedería espantado; pero ante la reprobación universal, ante el castigo moral, que