— ¿Tú, tambien tú?
El jóven desentendiéndose de este vibrante apóstrofe prosiguió suplicante:
— ¡Déjelo Ud., padre, es tan viejito! No me obligue a cometer una mala accion!
— ¿Que es lo que llamas mala accion? Dilo, dilo pronto!
— Víolentar a este viejo, padre, avergonzario descubrióndoles sus carnes... Ademas no creo que por una inocente mentira...
— ¡Inocente mentira, inocente mentira...! ¿A esta criminal superchería llamas inocente mentira? Lo que me parece a ia verdad mentira es tener un hijo como tú, vociferó frenético don Simon, i enarbolado la pesada chicotera avanzó resueltamente sobre el mozo. Este, viendo en los ojos de su padre la intencion manifiesta de agredido se desmontó prontamente i penetró bajo la ramada, decidido a cumpir la odiosa órden con la blandura i suavidad posibles.
De pronto, aquella misma voz cascada i senil se alzó de nuevo en su rincon sombrío:
— Padre nuestro que estás en los cielos...
Don Simon, que habia recobrado en parte la serenidad, dijo con tono de tumba:
— ¡Ah, le van a rezar las letanías por sí se muere en la operacion! Pero. ¿le perdonarán allá arriba?
La voz interrumpió el rezo para decir:
— Ya está perdonado.
Don Simon mui divertido preguntó: