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sa que la del arroyo, i en la cual ascendia como una burbuja de aire. Una claridad tenue que venia de lo alto i que aumentaba por isntantes, iba disipando paulatinamente las sombras. Subia con la rapidez de una saeta. I antes de que pudiera observar algo de lo que pasaba a su rededor, se encontró otra vez bajo el cielo iluminado por el sol.

¡Qué estraño le pareció aquel paraje! Ni árboles ni colinas, ni montañas, limitaban la desmedida estension del horizonte!

Por todas partes, como fundida en un inmenso crisol, una lámina de esmeralda se estendia hasta el mas remoto confin.

Miéntras la vagabunda del arroyo, perdida en la inmensidad, adormecíase sobre las ondas, una sombra interceptó el sol. Era una pequeña avecilla, cuyas alas rozaban casi la llanura líquida. La gota de agua reconoció en el acto, en ella, a una de las golondrinas que bebieron en la fuente de la montaña. El ave la había visto tambien, i batiendo sus alitas fatigadas, díjole con voz desfalleciente:

—Dios, sin duda, te ha puesto en mi camino. La sed me ostiga i debilita mis fuerzas. Apénas puedo sostenerme en el aire. Rezagada de mis hermanas, mi tumba va a ser el inmenso mar, si tú no dejas que, bebiéndote, refresque mis secas i ardientes fauces. Si consientes, aun puedo alcanzar la orilla donde me aguardan la primavera i la felicidad.

Mas, la gota solitaria, le contestó:

—Si yo desapareciera ¿para quién fulguraria el sol