Estos esclavos son la mayor hacienda y caudal, que los Naturales destas islas tienen, por serles muy útiles y necesarios para sus labores y haciendas; y entre ellos se venden, truecan y contratan, como cualquier otra mercadería, de unos pueblos á otros, y de unas provincias á otras; y lo mismo, de unas islas á otras. Por lo cual, y por ahorrar de tantos pleytos, como habría si se hubiese de tratar destas esclavonías, y de su origen y principio, se conservan y tienen, como antes las tenían[1].
- ↑ De modo que el catolicismo no sólo no libertó á la clase pobre de la tiranía de la opresora, sino que con su venida á Filipinas aumentó el número de los tiranos. El tiempo solo y la instrucción, que consigo trae más suaves costumbres, acabarán de redimir á los Parias de Filipinas, pues vemos, que contra sus opresores, los sacerdotes de paz no se sentían con valor de luchar y eso en los tiempos de gran fe, sino que más bien contribuían indirectamente en su desgracia, como vemos en las líneas anteriores.
poderosa que la suya, y no encontrando ni amor, ni sentimientos levantados en la masa esclavizada, veíase sin brazos y sin fuerzas. Entre un pueblo con una aristocracia tirana y otro con una desenfrenada democracia, están los pueblos equilibrados. Uno y otro caen fácilmente bajo el dominio del primer invasor extranjero, el primero por la debilidad y el segundo por la anarquía. Muchas de las colonias que se contienen gracias á un sistemático embrutecimiento de los habitantes por una clase, casta ó raza que se rodea del prestigio de oropel, y que para mantenerse, tiene que defender absurdos para ser consecuente con un falso principio, terminarán sin duda alguna como los pueblos tiranizados, como la Persia, la India, etc., sucumbiendo ante el primer extranjero. Filipinas, á pesar de tantos siglos de cristianización, á pesar de los esfuerzos de algunos pocos espíritus nobles, tanto religiosos como civiles, continúa todavía y se quiere que continúe, casi en el mismo estado que antes, porque los que la dirigen miran más al presente que al futuro y porque les guía, no la confianza sino el temor. Los esfuerzos de las corporaciones religiosas para mejorar este estado, no fueron nunca tan eficaces ni tan poderosos como de ellas se podía esperar. Testigos son las dudas de Fr. Alonso de Castro, misionero de aquellos tiempos:
«Si en su poder se hallasen algunos Indios robados ó hechos esclavos por los Españoles, y dados á los conventos por vía de donación ó venta… ¿á qué eran obligados, si fuesen libres en sus tierras ó esclavos de otros, y si sería lícito darles libertad en caso de hacerse cristianos para que volviesen á sus tierras. » F. Juan Quiñones también tenía escrúpulos «sobre los excesivos tributos ó repartimientos de los Encomenderos, y facilidad que tenían los Españoles en hacer esclavos á los infieles… pero el P. Provincial Manrique le mandó no tocase en las confesiones semejantes puntos». (Gaspar de S. Agustín, pág. 355.)