en comida y borrachera, entre todos los parientes y amigos[1].
- ↑ No es extraño que los entierros terminasen en banquetes y festines que llamaban Tibao según el P. San Antonio (Descrip. de las Islas Filipinas), dada la creencia de que el que moría iba á ser feliz, y en esto los Filipinos eran consecuentes. Los banquetes, que se dan aun ahora y que han sido mal interpretados por los escritores españoles, no tienen ya más significación que la costumbre de los Filipinos de obsequiar á todos los que se encuentran en sus casas, á la hora de comer. Ahora bien: como muchos acuden á ayudar y consolar á la familia del difunto, no sólo de palabra sino de obra, dando dinero y otros regalos, natural es que á los ojos del observador superficial, aparezca que se dan convites. La prueba de que no, es que no se invita á nadie que no esté en la casa, y los comensales no se hacen de rogar, según es costumbre en los convites. El Pasiam con el Katapusán no es más que un novenario por el descanso del difunto, y los amigos que vienen á rezar por aquél, y consolar y acompañar á la familia, son obsequiados, por la misma razón de arriba, con te y dulces, lo cual no constituye convite, pues el Filipino no invita á nadie sólo para ofrecerle un te. El Katapusán (el final, el último día) tiene las apariencias de convite, porque ya pasa de te, y efectivamente es una cena; pero esto proviene de la costumbre general de querer siempre terminar las cosas con algo más grande y mejor, y el Filipino no halla otra forma intermedia entre un te y una cena. Reina naturalmente más animación, porque acuden más amigos, ya sea por ser el último día, ya sea por otro motivo, y no teniendo la costumbre de componer su cara ad hoc, suelen olvidarse de las conveniencias, lo que ha hecho creer á muchos peninsulares, que el Katapusán era una fiesta, viniendo después á aplicar este nombre á todas las fiestas, tan satisfechos como el Sr. Cañamaque de la palabra Paco que hizo sinónimo de cementerio.
bas, como lo del obispo Aduarte, etc., etc. «Y los mismos viejos morían con este desvanecimiento y embuste, representando en tiempo de su enfermedad y muerte en todas las acciones una gravedad y término á su parecer divino.» Entre esta tranquilidad, dulce consuelo que ofrecía aquella religión en los últimos momentos de la vida, y las zozobras, temores, cuadros terroríficos y desconsoladores que el fanatismo monacal infunde en el espíritu del moribundo, el espíritu libre de toda preocupación puede juzgar. Si los altos juicios de Dios nos son desconocidos; si el Omnipotente nos ha ocultado lo que hay más allá de la tumba, y si el Dios que nos ha creado no nos ha dado la vida para nuestro mal, ¿por qué amargar las últimas horas de la vida, por qué atormentar y desanimar á un hermano, precisamente en el trance más terrible y en los umbrales de la eternidad? Se dirá: para que se corrija y enmiende. No es el medio, ni es la ocasión, ni queda tiempo. — En esta parte, aquella religión primitiva de los antiguos Filipinos estaba más conforme con la doctrina de Cristo y de los primeros cristianos, que la religión de los frailes: Cristo vino al mundo para enseñar una doctrina de amor y esperanzas, que consolase al pobre en su miseria, levantase al decaído, y fuese un bálsamo para todas las amarguras de la vida.