de Sebú, y San Francisco á Manila, de donde no pudieron salir, hasta otro año, y en la Nueva España hubo sospecha, por ver faltar los navios, de que en las islas había trabajos; y no faltó quien dijo lo mas de lo que había sucedido. Al mismo tiempo (en la plaza de Méjico) que no se pudo averiguar de donde había salido la nueva[1]. La cual se supo con tanta brevedad en España (por la vía de la India) pasando las cartas por la Persia á Venecia, que luego se trató de proveer nuevo gobernador.
El primer año, que Gomez Perez Dasmariñas gobernó, se comenzó a sentir de muchos la falta que la
audiencia hacía, viendo todo el poder puesto en manos de una persona sola[2], y que no había á quien ocurrir, por remedio de algunas causas, y el que mas esperimentó esto fué el Obispo fr. Domingo de Salazar, que había tenido algunos encuentros, y pesadumbres con el gobernador, que le obligaron á ponerse en camino (aunque era de mucha edad) para España. El gobernador le dió con facilidad aquel año lugar, y embarcacion para ello, por tenerle lejos de sí; pero envió al mismo tiempo, con sus poderes, á fr. Francisco de Ortega, de la Orden de San Agustín, á la Corte, para que hiciera rostro, á lo que el Obispo tratase, y defendiese sus causas. Ambos llegaron á España, y cada uno trató de lo que le convenía. Lo principal en que insistió el Obispo fué pedir que se volviese á poner la audiencia, y que se fundasen otros obispados en las Filipinas, demas del de Manila, y otras cosas que le parecían convenientes, para lo espiritual, y temporal, y Ortega lo contradecía todo. La autoridad y virtud del Obispo pudo tanto, que aunque al principio se