Página:The Velveteen Rabbit.djvu/41

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Esa noche el Niño durmió en una habitación diferente, y tenía un conejito nuevo para dormir con él. Era un conejito espléndido, todo de felpa blanca con ojos de cristal reales, pero el Niño estaba demasiado emocionado para preocuparse al respecto. Porque mañana iba a la orilla del mar, y eso en sí era una cosa maravillosa de manera que él no podía pensar en ninguna otra cosa.

Y mientras el Niño dormía, soñando con el mar, el Conejito yacía entre los viejos libros de fotos en la esquina detrás de la casa de aves, y se sintió muy solitario. La bolsa había sido dejada sin amarrar, y así moviéndose un poco pudo sacar su cabeza a través de la abertura y mirar afuera. Temblaba un poco, porque estaba acostumbrado a siempre dormir en una cama adecuada, y para ese momento su pelaje era tan delgado y gastado por los abrazos que ya no era ninguna protección para él. Cerca podía ver la espesura de plantas de frambuesas, muy altas y cerradas como una selva tropical, a cuya sombra había jugado con el Niño antaño en las mañanas. Pensó en esas largas horas soleadas en el jardín—lo feliz que eran—y una gran tristeza vino sobre él. Parecía verlos pasar a todos delante de él, cada uno más hermoso que el otro, las chozas de hadas

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