riales, y que flanquean aun hasta el Gulfstrean , han podido ser poderosos auxiliares de las expediciones voluntarias ó fuerzas arrastradoras de las que se han encontrado dentro de las zonas en que estas corrientes ejercen su acción. De esta manera es fácil explicarse el cómo las islas de Chiloé han podido ser habitadas.
En esta forma también han de haber sido poblados los Archipiélagos de los Chonos y de la Tierra del Fuego.
La diferencia antropológica ó estructura corporal y de lengua de estos tres pueblos dicen claramente que sus pobladores han venido de puntos muy distintos.
Al final de este capítulo manifestaremos cómo los vientos y las corrientes marítimas han llevado hasta inmensas distancias emigraciones forzadas, a fin de inspirar la persuasión de que los primeros habitantes de nuestro país llegaron aquí en forma igual ó voluntaria á aquellos que poblaron territorios para ellos desconocidos.
Radicada la invasión en las islas de Chiloé, la población comenzaría á desarrollarse paulatinamente, dadas las condiciones del clima y el número reducido de los invasores.
El proceso del crecimiento debió ser largo, si se toma en consideración las razones apuntadas y la de que el desarrollo de las razas salvajes es siempre lento por sus costumbres, que son contrarias á la razón y una rudimentaria previsión.
A la vuelta de muchos siglos el número de los pobladores habría crecido, la población habría llegado a ser intensa y se sentiría estrecha en la angosta faja habitable de las islas comprendidas entre el mar y el bosque, que nace á orillas del mar.
No teniendo más instrumento con que destruir el bosque y abrirse el espacio necesario para sus limitadas necesidades que el hacha de piedra, debió persuadirse de que ésta no era suficiente y el fuego no muy eficaz en una región en que las lluvias son casi diarias y por extremo copiosas.
El bosque es en aquellas islas impenetrable y casi invencible á la destructora acción del hombre actual, armado de instrumentos mecánicos a propósito.
¿Qué no sería para el hombre primitivo que desconocía el uso del fierro y que bregaría contra la naturaleza bravía de aquellas montañas, sin otra arma que su insignificante hacha?
Y mientras tanto, transcurriendo los siglos, aumentaba la población y no aumentaban, sino que, en proporción, disminuían los elementos de comodidad y vida.
El mar, ese eterno benefactor, no siempre permite que se extraiga de su seno lo que el hombre necesita, ni su prodigalidad se nota en todos los sitios como el hombre quisiere.
Avaro en ciertas partes, no ofrece á nadie el menor sustento; pródigo en otras, da cuanto de él se quiere exigir ó arrancar.
La tierra era aún más avara que el mar, porque casi no ofrecía nada á la vida del hombre, cubierta como se hallaba de una vegetación arborescente, con lluvias persistentes y sin el calor necesario del sol que todo lo vivifica.
Los árboles de los bosques apenas sí daban, como hoy, algunos desabridos é indigestos frutos.
De aquí que el habitante primitivo se viera en aquellas islas en la necesidad de ir de un sitio á otro para buscar los alimentos necesarios a su existencia.
La necesidad de atravesar los canales que separan las islas, con el fin indica-