de la mayorcita: «Tata Dios: salvá te pido á mi tatita» al buen paisano subiéndole el dolor que se liquida con los jugos del alma, dos lagrimones como garbanzos se le cayeron. Luego, reponiéndose un poco, dió vuelta y entró diciendo:
— Aquí estoy con ustedes; todavía me encuentro entre los vivos. Vengan mis pedazos!
Y abriendo los brazos, cual gallina que cobija bajo sus alas sus polluelos todos, una ponchada de criaturas fué oprimida fuertemente sobre aquel honrado corazón.
Bien pronto se disipó el temor de las criaturas con la impresión del aparecido, pues acababan de oír podían ya dar al padre por muerto.
Acaso la mujer creyó un instante fuera el alma del ajusticiado aparecida á reconvenirle por no haber corrido con más prisa en su socorro.
Sentando sobre las rodillas á los más chicos: — Vengo á despedirme de todos y á darles el adiós!
— Yo te ocultaré donde nadie dé con vos, — dijo la mujer, creyendo habría logrado escapar.
— No es eso, hijita, sino que mañana debo llegar tempranito al otro mundo. Lo que más sentía era no despedirme de todas vosotras, ni verlos más. Como la última gracia nunca se niega al sentenciado me han concedido ésta, pero no puedo faltar una hora á la fijada, pues fusilarían