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en mi lugar á mi buen amigo Ciriaco, y tan bueno, como suelen no encontrarse dos en la vida. Su abnegación llega á ofrecerse le fusilen en mi reemplazo.

En apeñuscamiento, esposa, hermana, hijos, le estrechaban con la mayor efusión entre lágrimas, besos y abrazos, rogándole por todos los Santos se escondiera, huyera bien lejos; después galoparían tras él hasta el fin del mundo por juntarse.

— Imposible. ¡Mi palabra está empeñada! ¿No comprenden ustedes lo que es un amigo que se ofrece á morir por otro? ¿Cómo puedo traicionar la confianza de mi compadre, y la palabra del Cura, intercediendo por este mi último gustazo?

— Pero si no se han de animar á fusilar á ño Ciriaco, tan buenazo é inocente, que no ha hecho nada para que lo maten! — decía la viuda ó casi viuda, ya de rebozo negro.

— ¿Que nó? ¿Y qué he hecho yo, y sin embargo me fusilan? No saben lo malazo que se han puesto ahora con la redota. Cuatro tiritos a mi compadre, bien pegados, sin perjuicio de reservarme otros cuatro cuando me agarren, y la felonía de haber dejado colgado a un amigo tan generoso, remordimiento que me perseguiría sin