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apercibió silenciosa lágrima que se deslizaba por la rugosa faz del sencillo campesino de blancas barbas.

Durante el lunch servido dentro del kiosco de la Floresta, se derramaron en abundancia champagne, flores y elocuencia.

¡Que inmenso horizonte abría á la esperanza aquel corto ferrocarril, cuyo silbato estridente anunciaba al coloso que llevaría por todas partes la fecundidad, el movimiento y la vida! El se repetía y dilataba, escuchándose con placer cual armonioso eco de plata del himno de victoria en la civilización sobre el desierto.

«Aproxima el día, — agregó el Gobernador Alsina, — en que sea posible borrar del derecho público la desgraciada palabra extranjero».

«Y se vio, recuerda el cronista de la fiesta, después de treinta años, por primera vez, al lado de las personas del Gobierno que recién llegaban á él (Alsina, Barros Pazos, el General Zapiola), al ex Gobernador doctor Obligado y sus ministros Mitre, Vélez y Riestra, quienes decretaron el primer ferrocarril, haciendo resaltar su presencia el hecho hasta entonces desconocido, de una administración, la primera que descendía pacíficamente del poder dignamente honrada por la que le sucede.»