blo, que para esto de bautizar no necesita permiso do preste, ni de rey, ni de roque ni de alcornoque, bautizó la supradicha con el nombre de calle de Mogollón; y con el la conocimos hasta que vino un prosaico municipio á desbautizarla, convirtiendo con la nueva nomenclatura en batiborrillo el plano de la ciudad, y haciendo guerra sin cuartel á los recuerdos poćticos de un pueblo que en cada piedra y cada nombre esconde una historia, un drama, una tradición,
EL DIVORCIO DE LA CONDESITA
I
Si nuestros abuelos volvieran á la vida, á fe que se darían de calabazadas para convencerse de que el Lima de hoy es el mismo que habitaron los virreyes. Quizá no se sorprendlerian de los progresos materiales tanto como del completo cambio en las costumbres.
El salón de más lujo ostentaba entonces largatisimos canapés forrados en vaqueta, sillones de cuero de Córdoba adornados con tachuelas de metaly, pendiente del techo, un farol de cinco luces con los vidrios empa.
ñados y las candlilejas cubiertas de sobo. En las casi siempre desnudas paredes se veía un lienzo, representando á San Juan Rantista ó á Nuestra Señora de las Angustias, y el retrato del jefe de la familia con peluca, gonguera y espadin. El verdadero lujo de las familias estaba en las allajas y vajilla La educación que se daba á las niñas era por demás extravagante. Un poco de costura, un algo do lavado, un mucho de cocina y un nada de trato de gentes. Tal cual viejo, amigo íntimo de los padres, y el reverendo confesor de la familia, eran los únicos varones á quienes las chicas veían con frecuencia. Á muchas no se las enseñaba á leer para que no apren diesen en libros prohibidos cosas pocaminosas, y á la quo alcanzaba á lecorar el Año Cristiano no se le permitía hacer sobre el papel patitas de mosca ó garrapatos anárquicos por miedo de que, á la larga, se cartense con el percunchante.
Así cuando llegaba un joven á visitar al dueño de casa, las muchachas emigraban del salón como palomas á vista del gavilán. Esto no impedía que por el ojo de la llave, á hurtadillas de señora madre, hicieran minucioso examen del visitante. Las muchachas protestaban, in pecto, contra la