Este proceso ha servido de tema á mi amigo Manuel Concha para uno de sus más espirituales artículos.
En la cuestión los que verdaderamente ganaron, y gordo, fueron los inercaderes. Cada par de medias se vendió en dos onzas de oro, y en ocho días estuvo realizado el cargamento.
XX
IMATA MATA!
¡MATA!
D. Alonso González del Valle, creado por Fernando
VI
en 1753 primer marqués de Campoameno, poseía una hacienda de viña, tenida por la más valiosa de Ies. Ochocientas piezas de ébano y azabache, vulgo es clavos, estaban de seis á seis en la pampa y en el lagar, dando al amo anualmente una ganancia liquida de cuarenta mil duretes.
Si la hacienda hubiera contado con abundancia de riego, habrían sido incalculables los provechos del dueño; pero, desgraciadamente para él, en la época de escasez de agua había que disputar ésta y andar á balazos con los demás agricultores de la comarca, cosa que hoy mismo sucede con frecuencia en la costa del Perú, donde las lluvias son escasas y los ríos tacaños.
Parece cuento; pero por causa del agua han ido muchos prójimos á ver la cara á Dios sin ayuda de médico ni boticario.
En uno de esos años calamitosos quiso el marqués apropiarse algunos riegos á que sus vecinos se creían con perfecto derecho. Armáronse éstos, fueron una noche á la toma y soltaron el agua. Acudieron los ochocientos negros del marqués, acaudillados por el mayordomo Juan Pastrana, y trabóse descomunal batalla.
El mismo marqués, caballero en un brioso aluxán, metióse entre los suyos, alentándolos con este grito: «Mata! ¡Mata! ¡Mata!» Ocho ó diez muertos y doble número de heridos resultaron de esta zinguizarra, y á no venir el alba y con ella el corregidor, Dios sabe si habría quedado vivo combatiente que contase el lance. Eso fué más serio que batalla de clubs en tiempo de elecciones democráticas.
La autoridad procedió á levantar una sumaria información; y de ella, si bien no resultaba muy claro que el marqués hubiera sido el provocador del alboroto, en cambio no quedaba pizca de duda que había azuzado á su gente; pues doscientos testigos, libres de tacha legal, declaraban ha