á cada uno de mis ahijados (aquí seguían diez nombres de niños) para su educación y mantenimiento. Y asimismo es mi voluntad que del remanente se repartan diez mil pesos en limosnas para los pobres de Arequipa.» Seguía señalando cantidades para misas, haciendo una fundación de vota, y concluía nombrando albaceas á dos de los más ricos entre sus compadres.
Firmado el testamento, cuyas cláusulas, entre quejido y quejido, die tó públicamente el enfermo, los compadres y camaradas no se ocuparon más que de encomiar al moribundo y prodigarle cuidados y asistencia.
Siguió éste tres días entre si amanece ó no amanece; pero al cuarto anunció el galeno que la enfermedad hacía crisis favorable, y crisis fué que entró D. Higinio en el período de convalecencia. El hipócrates opinú entonces que para lograr completo restablecimiento necesitaba el enfermo tomar baños en el puerto de Quilca. D. Higinio habló sobre esto con uno de sus compadres, pero añadiendo: —Me es imposible obedecer al médico, porque para mi viaje y curación en Quilca necesito siquiera quinientos duros, y mientras escribo a Lima para que me los mande el virrey de los que me tiene y mientras llega el comisionado con la respuesta, correrán un par de meses, y cuando el dinero venga ya estaré muy tranquilo en el hoyo.
—Ah, no compadre, que por plata no quede!—le contestó el visitante.
—Hoy mismo tendrá usted esos reales.
—Gracias, compadre, y no esperaba menos de su bondad; pero por lo que potest, le daré un libramiento contra mi primo, Y conversación idéntica iba teniendo D. Higinio con los demás compadres, algunos de los cuales, dándola de rumbosos, le dijeron: —¿Qué va usted á hacer con quinientos pesos? Por si acaso, tome us ted mil.
Y el clérigo aceptaba sin hacerse de rogar, firmando libranzas contra el virrey.
Los prestamistas se hacían el siguiente cálculo: «Mi dinoro está seguro, que el virrey paga, y gano el que D. Higinio, por gratitud, reforme el testamento mejorando al ahijado » Dos dias después el convaleciente emprendía su viajo á Quilea, llevándose en la maleta más de doscientas peluconas. Los couspadres habían tragado el anzuelo, Cuando llegó á descubrirse el embrollo, ya D. Higinio había pasado el Cabo de Horn.