primer ejemplar estampado en raso blanco, como la primicia de los tipos fabricados en Lima, y seguido de pueblo con mucho alborozo y estruendo de cohetes, se dirigió al palacio con aquel presente, que visto por el virrey causó su justo enojo, despidiendo con rigor y amenazas á López, que tal vez ni había leído lo que iba impreso en el raso.» Mohino regresó D. Tadeo á la imprenta y se puso á trinar contra el déspota; pero consoláronlo sus correligionarios con la esperanza de que muy pronto se armaría la gorda, y que, pues él acababa de ser víctima del odio del tirano, la patria agradecida sabría recompensarlo dándole la tajada que él prefiriera llevarse á la boca.
El Peruano liberal no hizo huesos viejos, y López tuvo que consagrar los tipos á la impresión de cartillas y catones, novenas y trisagios.
Pero el Cabildo no le había dado al editor una medalla para que la dejase criar moho y telarañas; y D. Tadeo pensó y caviló tanto en esto, que sacó en claro tener perfecto derecho para usarla.
Mandose hacer por el mejor sastre de Lima una casaca azul bordada de sedla, y con pantalón á la rodilla, media filipina, zapato con virillas, espadín al cinto y sombrero de tres candiles, echóse á la plaza un día de fiesta solemne, ostentando sobre el pecho la medalla. Creo que fué el Domingo de Ramos y en momentos de pasar por la catedral la procesión del borriquito, aquella en la que refieren que dijo un prójimo: Asno que á mi Dios lleváis, ¿quién tan feliz como vos?
Quiero joh mi Dios! que me hagáis como este burro en que vais.....
(y cuentan que lo oyó Dios.)» López, vestido de mojiganga, fué rechiflado por los muchachos, y para colmo de desventura, el virrey, que acompañado de su hija doña Ramona veía desde la barandla de la plaza desfilar la procesión, se informó de lo que ocasionaba el alboroto y mandó venir á su presencia al enmedallado.
Quién lo ha autorizado, Sr. López—le preguntó Abascal—para usar condecoraciones?
—¿Quién me ha autorizado? Quien puede, excelentísimo señor: el ilustre Cabildo de Lima—contestó López con insolente aplomo,—haciendo á mis méritos la justicia quo no ha querido hacerles vuecencia.
Abascal no pudo contenerse, y arrancándole del pecho la medalla y pisoteándola, le gritó: Fuera! ¡Fuera: Lárguese antes que lo mando á la cárcel.
Y el pobrete salió de palacio alicaído y turulato.
«Al día siguiente (dice Mendiburu) Abascal le devolvió la medalla