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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/67

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Ricardo Palma

álas andadas, resolvió emprender la conquista valiéndose de malas artes; pues, como dice el refrán, «á caballo que se empaca, darle estaca.» Una mañana llamó á Pascualillo, el barbero de la villa, que era un andaluz con más agallas que un pez, y le dijo: —Quisieras ganarte un par de ducados de oro?

—Pues no he de querer! No gano tanto, soñora, en un mes de rapar barbas, abrir cerquillos, aplicar clisteres, sacar muelas y poner ventosas y cataplasmas.

—Entonces toma á cuenta un ducado, y sin que lo sepa alma viviente, me traes mañana domingo una guedeja de cabellos de D. Nuño Baeza.

Cerrado el trato, volvióse el barbero á su tendueho y diúse & cavilar en lo que aquella pretensión, á tan alto precio pagada, podria significar.

—¡No! Pues yo no lo hago—se dijo el andaluz, como síntesis de sus cavilaciones. Sobre que el mechón de pelo podría servir para que sobreviniera algún daño á ese caballero de tanto rumbo, que me paga una columnaria por su barba, lo que no hacen otros roñosos que andan por ahí más huecos que si llevaran al rey dentro del cuerpo! ¡Voto va por Mahudes y Zugarramurdi, que son en España señoríos de brujas! Pero también es cosa fuerte devolver el ducado de oro con que puedo feriar á mi Aniceta, para la fiesta del Corpus, una caperuza de filipichín y una falda do angaripola. ¡Eh! Ya veremos lo que se ingenia; que de aquí á mañana más horas hay que longanizas.

Al otro día Pascual afeitaba y aliñaba el pelo & D. Nuño, que tenía costumbre de asistir á misa mayor hecho un gerifalte por lo pulcro y acicalado. Pero el barberillo era inozo de conciencia; porque, pudiendo á mansalva cortar cabello y esconderlo en el delantal, resistió vigorosamente á la tentación.

Al salir del cuarto de D. Nuño, pasó Pascual por la tienda, y con el pretexto de coger un puñado de cocos y otro de nueces, detúvose delante de dos zurrones de piel de cabra, y con las tijeras que en la mano traía cortó de cada uno un poco de pelo, envolviólo en un pedazo de papel, y muy orondo se dirigió á casa de doña Valdetrudes, murmurando para si: —Todo va bien, con tal que ella no repare en que estas hebras son rubias y que el cabello de su merced es de un negro alicuervo.

Doña Valdetrudes pagó el otro ducado prometido, y tanta era su complacencia por tener prenda corporal de su ingrato amador, que añadió, por vía de alboroque, una monedilla de plata.

Dicen bien, que amor tiene cataratas; porque madama no paró mientes en el color del pelo, y echando llave y cerrojo, púsose á invocar al diablo y á preparar el hechizo.

Créanme ustedes. Yo, que eu achaques de brujería aprendí, para es-