cribir mi susodicho librejo de Anales de la Inquisición, hasta la manera dle atar la agujeta y correr el hilo respondón, que es cuanto hay que saber en la materia, no he podido averiguar qué clase de nenjurje ó filtro confeccionó Valdetrudes; pues eso de enredar pelos en piedra imán para hacerse anar de un hombre, es propio de brujillas de tres al cuarto y no de catedráticas, couso diz que lo fué mi señora la viuda del cabildante.
Probablemente no tuvo á mano Valdetrudes un botecito de agua cuyana, que en ese siglo cra todavía remelio infalible para hacerse amar.
Cuando el hechizo estuvo terminado, emperejilóso doña Valdetrudes, echándose encima el fondo del baúl, y muy sandunguera y con mucho rejo salió á dar un paseo por la calle de D. Nuño, segura, segurisina de que éste al verla se vendría tras ella como el ratón tras el queso, pues la brujeria no podía marrar.
Hallábase Gómez de Bacza en la puerta de su tienda, conversando con un amigo, cuando apareció por la esquina la jamona; y maldito si el mancobo sintió el más leve movimiento revolucionario en las entretelas del alma. Y eso que ella, al pasar delante de él, le disparó una de esas miradas que dicen clarito como en un libro: «piloto quiere este barco,» y so sonrió, como diría Tomé de Burguillos, con aquella boca hermosa que dejó de ser guinda por ser rosa.
De repente y cuando doña Valdetrudes no habría adelantado media cuadra, un zurrón de nucces y otro de cocos empezaron á bailar la zarabanda corriendo tras de la bruja. Asustada ella del ruido y de la gritería cle los muchachos, que no perdieron la oportunidad de recoger cocos y nueces, emprendió la carrera en dirección á la laguna; y mientras más apuraba ella el paso, menos se detenían los zurrones, que con doña Valdetrudes fueron al fin á sumergirse para siempre en el Titicaca.
Desde entonces (y ya hace fecha) nació el apóstrofe Puneña, zarróncurrichi.
