Hizo el demonio que á poco andar lo avistase, é interceptándole el paso le dijo con estudiada cortesía: —Dudo, señor hidalgo, que vuesa merced se ocupe de poner mi honra en lenguas, y saber querría de su boca lo que hay de voras en ello.
—Déjeme en paz el abuelo, que está ñoño, y por hoy no me siento de humor para escuchar chocheces—contestó con arrogancia el de Sotomayor, haciendo ademán de voltear la espalda.
Pues mal quo le pese—dijo el de Valdez y Bazán cortándole el camino, habrá de oirme el mozuelo irreverente y respetar el lustre de mis canas y el cargo que por el rey tengo.
—Hágase á un lado el Matusalén, que me está mal oir agravios de quien por sus canas, más que por su cargo, escudado está de iní.
—Pues sépase el mal nacido que las canas no han quitado bríos á mi brazo para castigar su insolencia y matarlo hierro á hierro.
Y alzando la mano descargó sobre la mejilla del mancebo un sonoro bofetón de cuello vuelto.
El de Sotomayor ochó mano á la espada; pero interponiéndose cuantos por allí pasaban, lograron separar á los contendientes, llevándoselos en opuestas direcciones.
De presumir era, sin embargo, que el lance no podía quedar sin desenlace trágico. No eran nuestros hidalgos de la gente que dice: «más vale entenderse á coplas que acudir á las manoplas.» Nuestros abuelos no se conformaban con devolver en la misina moneda el bofetón recibido. Así, no recuerdo en qué cronicón del Perú ó de Chile he leído que en 1670 alguien confirmó en la mejilla al capitán Matías de la Zerpa, y que éste le cortó la mano á su ofensor, la clavó en la puerta de la Keal Audiencia y puso debajo este cartel: «Zerpa esta mano cortó porque una vez lo agravid.» El capitán Zerpa pertenecía á familia noble de España y Portugal, etyas armas eran un grifo de sinople en campo de oro, bordura de plata y gules, con cinco castillos do Castilla y cinco quinas portuguesas,
II
Era la del alba cuando los dos adversarios, acompañados de sus paIrinos, se reunían en Arcu—punco.
El viajero que saliendo de la plaza de Limac—pampa para dirigirse á Puno ó Arequipa, quiera fijarse en una cruz que sobre un tosco peldaño existe á poquisimas cuadras de camino, sabrá que en ese sitio cayó el viz-