conde de Sotomayor, traspasado el pecho en leal combate por la espada del que, á pesar de sus sesenta y cinco diciembres, conservaba para esgrimirla los puños y la destreza de la nocedad.
III
Cuando el virrey tuvo noticia del suceso, escribió á los alcaldes del Cuzco recomendándoles el pronto castigo del anciano, que contraviniendo á las reales pragmáticas sobre el desafío, enviara á su sobrino á mundo más poblado que el que habitamos Muy rico, estimado é influyente era el de Valdez y Bazán para que ningún golilla del Cuzco se le atreviese. Por llenar fórmulas ó hacer que hacemos citáronle & declarar; pero él se negó á darse por notificado, alegando que, siendo el muerto de familia del virrey, la justicia de estos reinos estaba impedida de juzgarlo, y que por lo tanto no reconocía más tribunal que el del rey y su Consejo.
La causa iba con pies de plomo, y alcaldes y escribanos se excusaban de conocer en ella. Aburrido el virrey llamó un día al licenciado Estremadoiro, que ejercía un modesto empleo en Lima y que aspiraba á ser nombrado oidor de la Real Audiencia en una vacante que á la sazón había, y díjole: —Cuente con ella el señor licenciado, que hoy mismo escribo á la corte, y el rey no me nogará tan pequeña gracia; pero mañana salo vuess merced para el Cuzco, y sin dar treguas á las caballerías ni descanso al cuerpo, llega y forma causa á ese orgulloso de Valdez y Bazán; y en cadalso enlutado, que con su nobleza hay que ser ceremonioso, le corta la cabeza, cuidando de que le hagan un buen entierro, con muchos cirios y dobles de campanas, y se vuelve por donde fué, para ocupar el asiento que en la Audiencia hay vaco.
Tan halagueña promesa puso alas al licenciado Estremadoiro, y á poquísimos días dió con su cuerpo en la posada ó tambo de Zurite, pueblo próximo al Cuzco.
Rendido de cansancio estaba el futuro oidor, durmiendo sobre un camistrajo, cuando despertó movido por la mano de un hombre que traía el rostro cubierto por un antifaz.
—¡Jesucristo!—exclamó el juez, al abrir los ojos y hallarse con esa visión que juzgó cosa de la otra vida.
—No se asuste, señor licenciado. He venido á proponerle que elija entre esa bolsa con trescientas onzas, para que deshaga camino y se vuelva á Lima, ó una horca en la puerta de esta posada, si persiste en ir al Cuzco.
Yo no sé, pues mis apuntes no lo dicen, lo que contestaría el licencia-