Leyendo anoche al jesuíta Acosta, que, como ustedes saben, escribió largo y menudo sobre los sucesos de la conquista, tropecé con una historia, y díjeme: «Ya pareció aquello—ó lo que es lo mismo, aunque no lo diga el padre Acosta:—cata el origen de la frasecilla en cuestión, para la cual voy á reclamar ante la Real Academia de la Lengua los honores de peruanismo.
Y esto dicho, basta de circunloquio y vamos á lo principal.
Creo haber contado antes de ahora, y por si lo dejé en el tintero aquí lo estampo, que cuando los conquistadores se apoderaron del Perú no eran en él conocidos el trigo, el arroz, la cebada, la caña de azúcar, lechuga, rábanos, coles, espárragos, ajos, cebollas, berenjenas, hierbabuena, garbanzos, lentejas, habas, mostaza, anís, alhucema, cominos, orégano, ajonjolí, ni otros productos de la tierra, que sería largo enumerar. En cuanto al frísol ó fréjol lo teníamos en casa, así como otras variadas producciones y frutas por las que los españoles se chupaban los dedos de gusto.
Algunas de las nuevas semillas dieron en el Perú más abundante y mejor fruto que en España; y con gran seriedad y aplomo cuentan varios muy respetables cronistas é historiadores que en el valle de Azapa, jurisdicción de Arica, se produjo un rábano tan colosal, que no alcanzaba un hombre á rodearlo con los brazos, y que D. García Hurtado de Mendoza, que por entonces no era aún virrey del Perú, sino gobernador de Chile, se quedó extático y con un palmo de boca abierta mirando tal maravilla. ¡Digo, si el rabanito sería pigricia!
Era D. Antonio Solar por los años de 1558 uno de los vecinos más acomodados de esta ciudad de los reyes. Aunque no estuvo entre los compañeros de Pizarro en Cajamarca, llegó á tiempo para que en la repartición de la conquista le tocase una buena partija. Consistió ella en un espacioso lote para fabricar su casa en Lima, en doscientas fanegadas de feraz terreno en los valles de Supe y Barranca, y en cincuenta mitayos ó indios para su servicio.
Para nuestros abuelos tenía valor de aforismo ó de artículo constitucional este refranejo: «Casa en la que vivas, viña de la que bebas y tierras cuantas veas y puedas.»
D. Antonio formó en Barranca una valiosa hacienda, y para dar impulso al trabajo mandó traer de España dos yuntas de bueyes, acto á que en aquellos tiempos daban los agricultores la misma importancia que en nuestros días á las maquinarias por vapor que hacen venir de Londres ó de Nueva York. «Iban los indios (dice un cronista) á verlos arar, asombrados de una cosa para ellos tan monstruosa, y decían que los españoles, de haraganes, por no trabajar, empleaban aquellos grandes animales.»