más actos terroríficos, como lo prueba el hecho de que antes de que la Inquisición viniera á establecerse por estos trigales, el Sr. Loayza celebró tres autos de fe. Otra prueba de mi aseveración es que amenazó con ladrillazo de Roma (nombre que daba el pueblo español á las excomuniones) al mismo sursum corda, es decir, á todo un virrey del Perú. He aquí el lance: Cuéntase que cuando el virrey D. Francisco de Toledo vino de España, trajo como capellán de su casa y su persona á un clérigo un tanto ensimismado, disputador y atrabiliario, al cual el arzobispo creyó oportuno encarcelar, seguir juicio y sentenciar á que regresase á la metrópoli. El virrey puso el grito en el cielo y dijo, en un arrebato de cólera: «que si su capellán iba desterrado, no haría el viaje solo, sino acompañado del fraile arzobispo » Súpolo éste, que faltar no podía oficioso que con el chisme fuese, y diz que su excelencia amainó, tan luego como tuvo aviso de que el arzobispo había tenido reunión de teólogos y que, como resultado de ella, traía el ceño fruncido y se estaban cosiendo en secreto bayetas negras.
El cleriguillo, abandonado por su padrino el virrey, marchó á España bajo partida de registro.
Pero la excomunión que ha puesto por hoy la péñola en mis manos es excomunión mayúscula y, por ende, merece capítulo aparte.
II
El decenio de 1550 á 1560 pudo dar en el Perú nombre á un siglo que llamaríamos sin empacho el siglo de las gallinas, del pan, del vino, del aceite y de los pericotes. Nos explicaremos.
Sábese, por tradición, que los indios bautizaron á las gallinas con el nombre de hualpa, sincopando el de su último inca Atahualpa. El padre Blas Valera (cuzqueño) dice que cuando cantaban los gallos, los indios creían que lloraban por la muerte del inca, por lo cual llamaron al gallo hualpa. El mismo cronista refiere que durante muchos años no se pudo lograr que las gallinas españolas empollasen en el Cuzco, lo que se conseguía en los valles templados. En cuanto á los pavos, fueron traidos de Méjico.
Garcilaso, Zárate, Gomara y muchos historiadores y cronistas dicen que fué por entonces cuando doña María de Escobar, esposa del conquistador Diego de Chávez, trajo de España medio almud de trigo que repartió á razón de veinte ó treinta granos entre varios vecinos. De las primeras cosechas se enviaron algunas fanegas á Chile y otros pueblos de la América.
Casi con la del trigo coincidió la introducción de los pericotes ó ratones