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Tradiciones peruanas

aunque nunca han sido los bastidores escuela de moralidad, es consolador para la gloria del arte afirmar que no han escaseado en ellos mujeres dignas y hombres honrados. Esta errada creencia aumentó el número de pretendientes de María, que esperaban hallar en ella una fácil conquista; y los celos de Cebada se alarmaron, hasta el punto de abofetear á la actriz en el vestuario una noche en que la vió recibir de manos del marqués de C*** un precioso ramillete. Entonces María hizo entender á su amante que estaba resuelta á recobrar su libertad y que desde ese día iba á habitar en casa de una amiga.

IV Existía por aquellos años, en mitad de la calle de las Mantas, una casa de dos pisos con infulas de callejón, casa que conocimos convertida en fonda y posada, y que hoy, gracias a la influencia del buen gusto, forma los elegantes almacenes de Lynch y Ortiz. La casa, de mezquina apariencia, la constituían dos hileras de cuartos con una temblona escalera al fondo que guiaba á unas habitaciones altas, dondo, con la holgura de una reina en su palacio, residía la más salerosa andaluza que hasta entonces hubiera pisado las orillas del Rimac.

Paca Rodríguez era una garrida muchacha de veinte eneros, con unos ojos del color del mar, decidores como una tentación y hermosos como la luz. Su tez era un poco morena y fresca como el terciopelo del lirio, y sus labios encendidos estaban sombreados de ese bozo, imperceptible casi, que revela la organización vigorosa de una mujer. Para completar el retrato de Paca digamos que su cuerpo era ágil, esbelto y que respiraba voluptuosidad, gracia y soltura por todos sus poros. Siendo ella bailarina, nos hallábamos obligados á poner al descubierto sus torneadas piernas; pero si hemos de hablar, lector, en puridad de amigos, creemos que mejor es no mencallo y que, pasándolas por alto, te libertamos de un pecado venial.

Pero a pesar de lo picaresco de sus ojos, Paca pertenecía á las nobles excepciones de las mujeres de teatro, en lo que nuestra pluma de cronista se da la enhorabuena. ¡Líbrela Dios de verse impelida de sacar á la vergüenza á las Magdalenas de bastidores! Los apasionados de la bailarina decían, á voz en cuello, que era incapaz de ser razonable y darse á partido, porque tenía la tonta debilidad de estar enamorada de su marido, el actor bufo Rodríguez, el cual hace más de veinte años que murió ejemplarmente en la hermita del Barranco, próxima á Chorrillos. Su memoria no es olvidada aun por los que, hombres ya, recordamos que él supo deleitar nuestra edad de rosa, arraneando no pocas sonrisas á los labios del niño.