Página:Tradiciones peruanas - Tomo I (1893).pdf/180

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
174
Tradiciones peruanas

Ortiz de Zárate y el virrey, recientemente llegado, D. García de Mendoza.

Retiróse el buen alcalde, dando y cavando en las palabras de S. E é inquiriendo en su caletre un expediente para dejar bien puestos los fueros de la justicia civil sin agravio de las prerrogativas eclesiásticas. Su cabeza era una olla de grillos, y poniendo al fin remate á sus cavilaciones, se resolvió á pasar respetuoso oficio al arzobispo, solicitando su licencia para la extradición del reo.

La respuesta no se hizo esperar mucho. El prelado, con latines y citas de los santos padres y de los concilios, defendía la inmunidad de la iglesia.

—Pues ahora veredes, y que todo turbio corra, que la justicia está antes que los cánones y las súmulas—dijo amoscado el alcalde.

Y con una cohorte de alguaciles se dirigió al templo, extrajo al delincuente y lo aposentó en la cárcel, previniéndole que fuese liando el petate para pasar á mejor vida.

Figúrese el lector, pues más es para imaginada que para escrita, la sarracina que armaría en el devoto pueblo tan expeditivo procedimiento judicial. Por su parte el arzobispo amenazó á Ortiz de Zárate con excomunión mayor si antes de veinticuatro horas no devolvía el reo á lugar sagrado.

—Lugar sagrado es la tierra, y cumplo con todos ahorcando al criminal y enterrándolo en sitio bendito—pensó el alcaldo, y dió por contestación al oficio arzobispal el cuerpo del reo balanceándose en la horca.

Al otro día, las iglesias y torres amanecieron cubiertas de paños fúnebres, las campanas tocaron incesantemente plegarias y el santo arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo pronunció contra el alcalde del críinen Juan Ortiz de Zárate la terrorífica excomunión.

Aquí de los conflictos del excomulgado. Su mujer abandonó el domicilio conyugal, siguiéndola sus hijos y criados, y hasta los alguacilos hicieron renuncia de las varas, para que á sus almas no les tocase en el otro mundo algo de la chamusquina.

La situación del alcalde se hizo de día en día peor que la de un leproso.

Ni un amigo atravesaba el dintel de sus puertas, ni hallaba prójimo que le correspondiera el saludo. Los mercaderes se excusaban de venderle; sus deudores se creían en conciencia obligados á no pagarle, y si en la calle le venía en antojo encender un cigarrillo ó beber un vaso de agua, no hallaba alma caritativa que lo amparase con fuego ó líquido.

La cuerda se rompe por lo más delgado. «¿No habría sido justo excomulgar también á S. E.?, pensaba el pobre excomulgado en la soledad de sus nochies.

Aburrido de tanta calamidad, se puso un día de rodillas en la puerta