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Ricardo Palma

BICARDO PALMA 175 del templo, con la cabeza descubierta, las espaldas desnudas y una soga al cuello. Llegó el arzobispo de gran ceremonial, le dió con una vara de membrillo tres golpes en las espaldas, le pronunció el sermón del caso y la oveja quedó restituída al redil de la cristiandad. Las campanas se echaron á vuelo, hubo fiestas y mantel largo en los conventos, y aquí paz y después gloria.

Aquel mismo día hizo Ortiz de Zárate renuncia de su empleo, y cuentan que el virrey dijo á sus compañeros de Audiencia:

—Aceptémosle su dimisión á ese bellaco; pues no servirá nunca por entero ni á Dios ni al diablo.

II

Antes de proseguir sacando á plaza las querellas entre el santo arzobispo y el Excmo. Sr. D. García Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Cañete y octavo virrey del Perú, parece oportuno hacer una ligera reseña histórica de la época de su gobierno.

Cuando D. Andrés Hurtado de Mendoza, primer marqués de Cañete, era en 1558 virrey del Perú, su hijo D. García, como gobernante de Chile, se conquistó una gran reputación venciendo á los araucanos, enviando expediciones exploradoras á Magallanes, fundando ciudades de la importancia de Mendoza, y dictando ordenanzas acertadas para el progreso y bienestar de los pueblos que le estaban confiados.

Cuando falleció el virrey, D. García volvió á España, donde Felipe II le colinó de honores, lo hizo su embajador en Venecia y más tarde lo envió á gobernar en América los mismos pueblos que treinta años antes había mandado su progenitor.

Hizo D. García su entrada en Lima cl ó de enero de 1590, acompañado de su esposa doña Teresa de Castro y de muchas familias que venían con ellos desde España. La recepción fué de lo más solemne y la ciudad estuvo durante ocho días de gala y regocijo, Aconteció en ellos que habiendo ido el arzobispo á vísitarlo en palacio, vió bajo el dosel un solo sillón ocupado por D. García. El prelado arrastró otro de los sillones que había en el salón, y colocándolo junto al del virrey le dijo: «Bien cabemos aquí, que todos somos del Consejo de S. M.» Hurtado de Mendoza frunció el entrecejo, y desde este día trató con frialdad cortesana á Toribio de Mogrovejo.

El país veía en el marqués de Cañete á su salvador; pues destruída por los ingleses la famosa escuadra que Felipe II denominó la Invencible, Elisabeth de Inglaterra lanzaba empresas piráticas contra las colonias españolas. El nuevo virrey organizó en el acto la defensa de la costa y forinó