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Ricardo Palma

dición, y en esta incertidumbre puede el lector aplicar el mochuelo á cualquiera, que de fijo no vendrá del otro barrio á querellarse de calumnia.

El tal almirante era hombre de más humos que una chimenea, muy pagado de sus pergaminos y más tieso que su almidonada gorguera.

En el patio de la casa ostentábase una magnífica fuente de piedra, á la que el vecindario acudía para proveerse de agua, tomando al pie de la letra el refrán de que «agua y candela á nadie se niegan.» Pero una mañana se levantó su señoría con un humor de todos los diablos, y dió orden á sus fámulos para que moliesen á palos á cualquier bicho de la canalla que fuese osado á atravesar los umbrales en busca del elemento refrigerador.

Una de las primeras que sufrió el castigo fué una pobre vieja, lo que produjo algún escándalo en el pueblo.

Al otro día el hijo de ésta, que era un joven clérigo que servía la parroquia de San Jerónimo, á pocas leguas del Cuzco, llegó á la ciudad y se impuso del ultraje inferido á su anciana madre. Dirigióse inmediatamente á casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llamó hijo de cabra y vela verde, y echó verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocrática boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote.

La excitación que causó el atentado fué inmensa. Las autoridades no se atrevían á declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que á la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon excomulgado al orgulloso almirante.

Affin Bran who Balz El príncipe de Esquilache duodécimo virrey del Perú El insultado clérigo, pocas horas después de recibido el agravio, se dirigió a la catedral y se puso de rodillas á orar ante la imagen de Cristo, obsequiada á la ciudad por Carlos V. Terminada su oración dejó á los pies del Juez Supremo un memorial exponiendo su queja y demandando la justicia de Dios, persuadido que no había de lograrla de los hombres.