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Ricardo Palma

ner término inmediato. Parece que su majestad reconvino una vez al de Guadalcázar porque no trataba con severidad á ciertos señores del istmo, reconvención á la que por escrito contestó el marqués: «Señor, como desde aquí sólo alcanzo con las puntas de los dedos á las justicias de Panamá, no les puedo, aunque la ambiciono mucho, apretar la mano.» Ya que hemos exhibido al virrey soldado, vamos al gobernante sostenedor de las regalías del patronato.

III

A la una del día en que iba á efectuarse la fiesta con que la ciudad agasajaba á su arzobispo, asomóse el virrey por una ventana de palacio para contemplar los adornos de la plaza; y viendo que, en contravención á reales cédulas, se ostentaba un dosel de terciopelo carmesí en el balcón arzobispal, llamó al licenciado Ramírez, que había sido camarero y maestro de ceremonias del arzobispo Lobo Guerrero, y le dijo:

—Aquel dosel está en la plaza y á vista del virrey y de la Real Audiencia; y pues el señor arzobispo no ha de ver los toros de pontifical, no sé á qué título ha de sentarse de igual á igual con quien representa á la corona Por eso, Sr. Juan Ramírez, he llamado á vuesamerced para que le diga en mi nombro á su ilustrísima que siendo yo tan su servidor y para evitarle el sonrojo de que esto se trasluzca y ande en lenguas venga á mi palacio á gozar de la función. Así estando á mi lado y en buena conformidad, se bajará sin escándalo el dosel que, contra ceremonial y derecho, ha puesto, y que tenga por entendido que yo no he de cejar un punto en vilipendio de la dignidad regia y de los fueros del soberano.

El licenciado salió á cumplir su comisión, y en breve regresó con una respuesta airada de D. Gonzalo. Entonces el prudente virrey puso el caso en conocimiento de la Audiencia y de los regidores más notables, que, aplaudiendo la conducta del marqués, no desesperaron traerá buen acuerdo al arzobispo. Pero D. Gonzalo, según dice el erudito quiteño Villarroel, que fué obispo de Arequipa y de Santiago de Chile, en su curioso libro Los dos cuchillos, impreso en 1657, tenía muchas ayudas de costas para errar en la cuestión del dosel: «ser muy rico, muy engreído, muy reciente prelado y no disimular sus puntas de colérico.» Por eso, sin aceptar transacción alguna, mandó quitar en el acto el dosel y todo adorno de sus balcones, cerrar puertas y ventanas, y aparejada su carroza, tomó el partido de que ya hemos hablado.

Ni antes ni después de D. Gonzalo han usado más los arzobispos, cuando han querido presenciar algún festejo, que un almohadón de ter-